La estadística es un lápiz

Cultura de la cancelación.
Cultura de la cancelación.

Un estudio del CIS sobre tendencias sociales publicado recientemente traslada un profundo pesimismo de los españoles ante el futuro. La mayoría augura que en una década se acrecentarán la soledad, las desigualdades sociales y las guerras. Algunos encuestados opinan también que seremos más racistas, tendremos peores trabajos y seguiremos dañando el medio ambiente.   

La desconfianza, atendiendo a los datos, resulta igualmente generalizada: la justicia ha sido evaluada con un 5 sobre 10, el Parlamento apenas alcanza el 4.4 y los medios de comunicación suspenden con un 4.1. Por el contrario, la población consultada se declara optimista ante la perspectiva de que haya más mujeres con responsabilidad y de que aumenten el teletrabajo, la libertad sexual y el tiempo de ocio.  

El informe es interesante para ver por dónde andan los tiros, pero es cierto que hay que coger con pinzas este tipo de estudios, y no sólo por razón de muestras poblacionales sesgadas o porque los entrevistados pueden mentir en sus respuestas, sino por las categorías que buscan ser evaluadas y cómo se plantean. Y es que hay una delgada línea roja entre la pregunta abierta y la pregunta que marca la respuesta. Así, en los últimos tiempos, y en determinados ámbitos, se podría hablar de una suerte de sociología woke: sea usted libre, pero para opinar sobre lo que se le marque; sea usted libre, pero dentro de las casillas establecidas.  

Otra razón para cuestionar estos estudios es la confianza ciega que se brinda a la estadística, un método científico que, si bien no debe despreciarse pues resulta útil en determinadas investigaciones, cabe emplearse con criterio, sabiendo que no alcanza a retratar fielmente lo que somos y pensamos. La persona se escapa de la red de los datos estadísticos. Es verdad que somos previsibles en nuestra conducta, y tantas veces, aburridamente repetitivos, miméticos… pero el ser humano siempre sorprende. Por otro lado, como cualquier herramienta, depende del uso que se le sé. La estadística es un lápiz que puede emplearse para dibujar un paisaje o para clavárselo en el brazo a alguien. Si describe, es apropiado; si sirve para manipular, deja de serlo.   

Borges definió la democracia como un «curioso abuso de la estadística». Ciertamente, casi todas las encuestas sobre predicciones sociológicas muestran las mismas tendencias, alertan sobre los mismos peligros, incitan al pensamiento uniforme en los hábitos y opiniones. De hecho, no sé si derivan de este tipo de análisis etiquetas como ninis o zillenial, que no son verdades, sino grandes dibujos que, en el fondo, quieren condicionar la orientación de las nuevas generaciones, cuando lo que hay que recordar a los jóvenes es que su vida no está determinada ni están cortados por ningún patrón.  

“Que un hombre sea bípedo no quiere decir que cincuenta hombres sean un ciempiés”, escribe G.K. Chesterton en ‘Lo que está mal en el mundo’. Un libro, por cierto, muy lúcido en su propósito: lo que está mal es que no nos preguntamos qué está bien. Ciertamente, es lo que se echa de menos en este tipo de estudios.  

 
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