El credo de los tiranos

Mayo 68.
Mayo 68.

El despacho de Cremades & Calvo Sotelo, al que la Conferencia Episcopal Española encargó en febrero una auditoría sobre los casos de abusos sexuales en el seno de la Iglesia católica, presentará los resultados de su investigación a mediados de julio, según ha confirmado en rueda de prensa el secretario general del episcopado, César García Magán. Este informe completará el que los obispos presentaron hace un mes, a partir de sus propios datos recogidos en las oficinas diocesanas.   

Imagino que con el dossier se sucederán los comentarios en los medios de comunicación (más allá del seguimiento de algunos, como el diario El País, que merecen ser escudriñados aparte) pues, además de que sea noticiable, la sociedad entera se ha escandalizado -y con razón- de los abusos sexuales cometidos por eclesiásticos y laicos, así como de su encubrimiento.

Aun así, a la hora de verter análisis sería conveniente que el dolor y la vergüenza no lleven a perder la veracidad del relato, pues cada caso, siendo terrible e irreparable, no puede arrogarse a la institución entera (aunque habría que considerar que lo que se le achaca va desde la culpa in vigilando hasta la ocultación cómplice).    

Igualmente, la discusión sobre la naturaleza y condicionantes de los abusos ha de ajustarse a la evidencia y no al prejuicio. En este sentido, se han publicado mentiras y teorías falsas acerca de la pedofilia y la pederastia en relación con la homosexualidad o el celibato. Sin embargo, lo que nadie ha podido desmentir hasta la fecha es la causalidad existente entre esta abominable práctica (sea cual sea el nivel de gravedad del abuso, siempre es una perversión) y el conocido como Mayo francés.   

Dudo, además, que pueda desvincularse, pues la ideología sesentayochista reivindicó de la mano del freudomarxismo la sexualidad infantil. Años después, algunos intelectuales por encima del bien y del mal siguieron abanderando aquella corriente miserable. Foucault llegó a decir en una entrevista que el niño es un seductor que puede lanzarse al adulto, lo cual eximiría a éste de toda responsabilidad.

Una canción de aquella época habla de la chiquita con calcetines que vibra como una mujer (aunque quiero pensar que la mayoría no atendía a la letra, como ocurre con el reggaeton actual, ante el cual iniciaría una cruzada). El analista italiano Giulio Meotti reconstruye en su ensayo El 68 de los pedófilos la atmósfera ideológica de aquellos años en Francia y Alemania y descubre que muchos escritores, así como reconocidos diarios, justificaron la pedofilia como una herramienta para desmantelar la familia natural.   

Con todo, más allá de los abusos a menores, que nadie en su sano juicio justificaría hoy, apenas se quiere hablar ni reconocer los perjuicios de enarbolar el amor libre hasta sus últimas consecuencias. En España, quizás la razón se debe a que algunas generaciones siguen ligadas sentimentalmente a una revolución cuya perspectiva parecía liberadora frente a la nefasta represión del franquismo.

No obstante, el resultado ha sido contrario al esperado, pues reducir el sexo a una actividad placentera con rasgos ornamentales, en lugar de liberar, sigue tiranizando y convirtiendo en tiranos a tantas personas. Una esclavitud agravada por la proliferación de la pornografía. Por cierto, el otro día me recomendaron un libro del periodista francés Jean Claude Guillebaud que abre los ojos en este sentido, La tiranía del placer. Entronizar el placer es el credo de los tiranos.   

En definitiva, las razones que llevan a abusar de un niño difieren en cada caso y no pueden generalizarse. Ahora bien, al margen de esta lacra, defender la banalización de la sexualidad o pensar que la ideología del 68, que continuamente está siendo repensada y reformulada, es inocua, resulta absolutamente insensato. Como lo es no aceptar que puede contagiar a personas de toda clase y condición social.

 

Las ideologías son virus que se cuelan por las alcantarillas de los hogares y las instituciones, ante los cuales hay que protegerse. Como apuntó Benedicto XVI, lo peor del Mayo francés no fue únicamente legitimar la violencia sexual y abrir a la puerta pedofilia, que se diagnosticó como permitida y apropiada. Lo más grave fue el colapso mental de no distinguir entre el bien y el mal y, por tanto, entre la verdad y la mentira, entre lo bello y lo repugnante. A partir de ahí, cualquier aberración es posible. 

Carola Minguet Civera

Universidad Católica de Valencia

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