Cacerías políticas
Es frecuente leer en la prensa comparecencias de políticos quejándose de sufrir “cacerías”. ¿Es lícita la cacería? Pensando sobre ello me ha venido a la cabeza Miguel Delibes, al que leo desde adolescente, admirada de su castellano puro y vivo, puesto al servicio de una literatura que transmite sentido común. Confeso amante de la caza menor, dedicó al menos ocho libros y dos trabajos a analizarla desde ópticas distintas (tanto su motivación y modalidades, como las normativas que regulan su práctica, por cierto, con un código que tiene tanto de ético como de estético).
El caso es que el novelista, escopeta en mano, recorría los campos como cualquier lugareño de Castilla. La caza era para él un incentivo más en su búsqueda de la naturaleza, contemplaba el paisaje con una sensibilidad que recuerda a Virgilio, Garcilaso o fray Luis de León. “Amo la naturaleza porque soy un cazador. Soy un cazador porque amo la naturaleza. Son las dos cosas. Además, no sólo soy un cazador, soy proteccionista; miro con simpatía todo lo que sea proteger a las especies. Dicen que eso es contradictorio, pero si yo protejo a las perdices tendré perdices para cazar en otoño. Si no las protejo me quedaré sin ellas, que es lo que nos está pasando”, confesó Delibes.
¿Hay contradicción? No puedo responder; ni me gusta ni sé nada sobre cinegética. Pero es claro que el vallisoletano era un cazador escrupuloso, crítico con el furtivismo y otros desmanes, esforzado en acercar los dos mundos tantas veces antagónicos de la caza y la conservación de la naturaleza.
Este es el punto al que quería llegar. Quizás la acción política implique la cacería de subsistencia, pero cabe preguntarse qué procedimientos son admisibles y qué otros no lo son. Porque el tema se le ha ido de las manos a todos los partidos, sin excepción, que han pasado a medir sus éxitos en función del número de piezas abatidas, sin cuestionarse si ayudan a preservar el campo (el bien común) o lo deterioran; si respetan el entorno natural (el diálogo parlamentario) o lo hacen inútil. Parecen acostumbrados a esta dinámica, que confunde la rivalidad noble con la tentación de la aniquilación del adversario; desde luego, requiere menos inteligencia y esfuerzo que la práctica de la argumentación y el entendimiento. A lo mejor ese es el problema, el nivel de nuestros representantes públicos, sobre el que, por cierto, ya advirtió Delibes en El disputado voto del señor Cayo.
“Son cosas compatibles cazar y amar a los animales. Lo que nos impone nuestra moral es no emplear ardides ni trampas. Mi cuadrilla y yo hemos abandonado el campo cuando la canícula o las circunstancias meteorológicas hacían la caza demasiado fácil y la enervaban. Cazar no es matar, sino derribar piezas difíciles tras dura competencia”, escribió este autor. Una concepción muy personal sobre la actividad de la caza… Que sirve para la política actual.
Otra cuestión es que tampoco vale todo en la comunicación política. Es necesario que haya un control ético de las conductas, pero para ello está el poder judicial, al que le corresponde discurrir las que son delictivas y sancionarlas. Y a los medios de comunicación, informar con responsabilidad sobre dicho proceso. La liebre, del que la espanta, y la perdiz, del que la mata. En definitiva, cada cual, a lo suyo.
Doctora en Ciencias de la Información
Responsable de Comunicación de la Universidad Católica de Valencia