La abolición del embrión

Bebé en el vientre materno.
Niño en el vientre materno.

C.S. Lewis distinguió dos formas de aproximarse a la realidad: tratarla como objeto o como misterio. Un objeto es algo que se puede conocer en su totalidad, desgajándose en partes reductibles para un análisis del que nada escapa. El misterio, por el contrario, es lo que define a la persona, de la que mucho puede vislumbrarse, pero nada adivinarse, siendo inasequible a una comprensión absoluta.

En este sentido, el autor británico se dirigió a los científicos contemporáneos, advirtiendo de que había algo en su práctica que los unía a la magia, separándolos de la sabiduría de épocas anteriores. “Para los sabios de antaño, el principal problema era cómo conformar el alma a la realidad y la solución había sido el conocimiento, la autodisciplina y la virtud. El problema para la magia y la ciencia aplicada es cómo someter la realidad a los deseos de los hombres”, sostuvo el escritor británico en La abolición del hombre.

Un error de las ideologías totalitarias (que acampan a sus anchas en la ciencia) consiste precisamente en negar el misterio y, por tanto, desterrar la posibilidad del conocimiento. Así se evidencia en el debate que ha vuelto a poner sobre la mesa la investigación de la Sociedad Española de Fertilidad (SEF). El estudio se ha presentado esta semana y destaca que en España hay registrados más de 668.000 embriones que permanecen congelados y almacenados en clínicas de reproducción asistida. Ha sido liderado por la bióloga Rocío Núñez quien, en declaraciones recogidas por el diario El Mundo, aboga por un cambio legislativo que abra la puerta a que estos sean destruidos, pasado un tiempo. 

Algunos de los expertos bioéticos que se han pronunciado estos días coinciden en reconocer que la raíz del problema radica en cuestionar si estos embriones son o no seres humanos, cuando no hay duda. Así, lo alarmante no es solo que, en un tiempo moralmente enfermo, el avance científico se erija como un gurú incuestionable (normalizando la práctica de “fabricar” vidas, servirse de ellas como material de laboratorio y después destruirlas), sino que la ideología gane el pulso a la realidad hasta el punto de negarla (¿qué es un embrión, si no es un ser humano en las primeras etapas de su desarrollo?). 

Lewis alertó acerca de los manipuladores que desean dar a la sociedad la forma que se les antoja. Se puede decir que han ganado la batalla cuando tantas conciencias han sido dinamitadas, como muestra el hecho de que estas prácticas estén normalizadas. Pero, además, este episodio evidencia que el pronóstico de Lewis ciertamente trasciende el plano moral, pues a lo que se ha renunciado, en último término, es a la razón. Nos hemos quedado en lo que él mismo definió como un estado mental de perro, lleno de hechos y sin significado. En una civilización donde los súbditos no son necesariamente hombres infelices; simplemente, son artefactos. Cada una de estas “conquistas” resultan un paso más hacia la abolición del hombre. 

Doctora en Ciencias de la Información.

Responsable de Comunicación de la Universidad Católica de Valencia

 
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