La Familia de Nazaret, imagen de Dios

Acaba de terminar el tiempo de Navidad, pero también el tiempo ordinario es propicio para rememorar la mayor parte de la vida del Mesías en compañía de sus padres humanos, María y José.

En la National Gallery de Londres, me topé con un cuadro de Murillo que tenía en el centro a Jesús adolescente, rodeado de sus padres –María y José-, y sobre ellos a Dios Padre y a Dios Espíritu Santo. Al acercarme, el nombre de aquel cuadro rezaba así: Trinidad de la Tierra y Trinidad del Cielo, y explicaba que lo que quería recalcar la pintura era la doble naturaleza divina y humana del Mesías. En efecto, la Familia de Nazaret es una trinidad humana que acoge en su seno a una Persona perteneciente a la Trinidad divina: el Hijo es el punto común entre ambas.

En la Sagrada Familia encontramos una peculiar imagen de la intimidad de Dios. Hasta hace poco la imagen de Dios se circunscribía a cada ser humano inteligente y libre, es decir, persona. Sin embargo, Juan Pablo II, siguiendo las huellas del Concilio Vaticano II medita una y otra vez, procurando llevarla hasta sus últimas consecuencias, la verdad sobre la persona humana recogidaen la célebre frase de la Gaudium et Spes que no se cansa de repetir: «El hombre es el único ser en el universo al que Dios ha querido por sí mismo y no encuentra su plenitud más que en el don sincero de sí a los demás» (Const. Pastoral Gaudium et Spes, n. 24.). En esta línea afirma que «El hombre se convierte en imagen de Dios no tanto en el momento de la soledad cuanto en el momento de la comunión. Efectivamente, él es "desde el principio" no sólo imagen en la que se refleja la soledad de una Persona que rige el mundo, sino también, y esencialmente, imagen de una inescrutable comunión divina de Personas» (Audiencia General, 14.XI.79, n. 3). Esta ampliación de la imagen de Dios en el ser humano desde «la persona» a «la comunión» supone enriquecer la imagen de Dios-Uno con la imagen de Dios-Trino y encuentra en María, José y el Niño Dios su principal expresión.

Dios quiso nacer de una Mujer Virgen, pero escogió a una mujer desposada. María y José, viviendo en “unidad de los dos” un amor recíproco y desinteresado, realizaban la plenitud de la imagen de la intimidad de la Trinidad, imagen que requiere al menos dos personas, varón y mujer, formando una Unidad a imagen de la unidad trinitaria divina. Así, recrearon en la tierra el ambiente lo más parecido posible a aquel que existe en el seno de la Trinidad divina, a la que el Verbo pertenece. En palabras de Juan Pablo II «María entró la primera en la dimensión del “gran misterio”, e introdujo también a su esposo José. Ellos se convirtieron así en los primeros modelosdel amor hermoso (...) En el rostro de la Sagrada familia se refleja toda la belleza del amor dado por Dios al hombre (…) Lo que Pablo llamará el “gran misterio” encuentra en la Sagrada Familia su expresión más alta» (Carta a las familias, n. 20).

 
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