A propósito de los cambios episcopales

Mucho se ha escrito, y se seguirá escribiendo, acerca de los nuevos nombramientos episcopales en algunos diócesis españolas. Un buen número de personas se sienten en la obligación, por no decir, en la responsabilidad, de dar su opinión sobre la conveniencia o no de sustituir a un obispo por otro;  o sobre lo acertado, o menos acertado, de la elección del nuevo obispo, etc. etc.

Estos escritos, lógicamente, dan lugar  a más comentarios, pareceres, perspectivas, consejos, etc. etc.; que cada cual considera oportuno subrayar quizá pensando en la afirmación, cierta y verdadera, sin duda, de “todos somos Iglesia”, y que a todos nos corresponde opinar de todo, cosa ya ni tan cierta y mucho menos verdadera.

Lástima que estos escritos también den lugar, cuando insisten en “nuevos aires”, en “nuevos modos”; en “nuevos acercamientos”, que van a introducir los “nuevos” nombrados obispos, a imaginarse la Iglesia como si fuera una especie de multinacional, o Ong, como se quiera, que se mueve al compás de los jefes, de los presidentes de turno, en vistas a conseguir un “nuevo mercado” de clientes, unas “nuevas” metas de producción; o a presentarse con una nueva “imagen” ante el mundo, con la idea de ser mejor acogida por “estar más al día”; estar más “en salida”, originar más “lio”;  y así movilizar el mercado y que se disparen las ventas.

Se hacen estadísticas de las gestiones de los obispos que ceden el báculo a los nuevos, y en no pocas ocasiones, se le presentan a los “nuevos” los panoramas que deben afrontar enseguida para corregir esto o aquello, para abrir una “nueva periferia”, para acercarse más a unas u a otras personas -lógicamente de esas “periferias”-, que el anterior parece no haber tenido demasiado en cuenta, etc.

La gran mayoría de esos comentarios, análisis, estadísticas, etc, nacen viciadas, sencillamente porque se olvidan de una afirmación  que los Papas, los Obispos, suelen hacer apenas nombrados: Que la Iglesia la dirige el Espíritu Santo, y muchas veces por caminos que ni los Papas, ni los Obispos, llegan a vislumbrar claramente aunque se mueran colmados de años. Ellos han estado en su lugar, pero la labor -o al menos una buena parte- que ha hecho el Espíritu Santo en el seno de la Iglesia, no la han podido apreciar, y quizá ni siquiera vislumbrar.

No deja de llamar la atención que personas que apenas se acuerdan de Dios, que ven a Jesucristo en una perspectiva muy lejana, si acaso en alguna, cuando empiezan a surgir los nombres de unos y de otros para ocupar esta o aquella sede episcopal, manifiesten un interés por la suerte de la Iglesia, de la que seguramente no se vuelvan a preocupar en absoluto pasados estos cambios, estas “novedades”.

No sé si en la agenda de trabajo del Papa está el suprimir el apartado a) del can. 401 del Código de Derecho Canónico, en el que se recomienda a todos los obispos que, llegados a los 75 años de edad, pongan a disposición del Papa su sede episcopal. Para arreglar casos de enfermedades, incapacidades, basta y sobra el apartado b) del mismo canon 401.

Reconozco que nunca me ha parecido ese canon una buena medida para el gobierno pastoral, espiritual del pueblo de Dios, del Cuerpo Místico de Cristo, que es la Iglesia. A los 75 años cualquier padre de familia, cualquier abuelo patriarcal, puede ejercer sus funciones con una claridad de mente que ya quisiera haber tenido a los 50 ó 60 años. ¿Qué madre, qué abuela, se jubila a los 75 años? Y el Obispo ha de ser padre y madre espiritual en su diócesis.

En algunos momentos Francisco ha comentado la necesidad de que los Obispos permanezcan en sus sedes años y años,  y no salten de una a otra, pero hasta ahora no es ésta una cuestión que haya aparecido en primer lugar de los intereses papales.

 

Situar al sacerdote, al obispo en el plano de la jubilación es, en no pocas ocasiones, el primer paso para considerarlo como un “funcionario”, con todos los respetos a los funcionarios; y dar un cauce a que se contemple la Iglesia como una “multinacional espiritual”, en el mejor de los casos. Y de  otro lado se abre el camino para que más de uno piense en “ascensos”, en “plazas mejores”, etc.,  que poco dicen del Espíritu que el Señor quiso -y quiere- para los Pastores de Su Iglesia, y contra los que clamó -ya en su día- la voz fuerte de san Agustín.

Ernesto Juliá Díaz
ernesto.julia@gmail.com


Portada
Comentarios
Envíanos tus noticias
Si conoces o tienes alguna pista en relación con una noticia, no dudes en hacérnosla llegar a través de cualquiera de las siguientes vías. Si así lo desea, tu identidad permanecerá en el anonimato