Navidad y felicidad

El Papa Francisco, besando una imagen del Niño Jesús.
El Papa Francisco, besando una imagen del Niño Jesús.

Existe una Navidad feliz. Es la que nace del corazón y de la amistad con Jesús y se expresa con obras fraternas y solidarias con los más necesitados, como, por ejemplo, los ancianos que viven solos, los impedidos y los enfermos. Es más feliz el que da que el que recibe.

Pero no podemos ignorar que  la esencia o espíritu de la Navidad tiene el riesgo de oscurecerse en la actual sociedad consumista. La idolatría de las cosas puede distanciar al hombre de su Creador, incluso en el momento en el que se conmemora que Él vino a nuestro encuentro. Decía Aristóteles que la felicidad no está en lo efímero, sino en la vida honesta, conforme a la virtud.

Sin llegar al extremo de la idolatría, puede ocurrir que reduzcamos la Navidad a su “envoltura”, sin penetrar en su “meollo” o misterio; que nos quedemos en las típicas costumbres navideñas: decoración de la casa, poner el belén y el árbol de Navidad, cantar villancicos, etc. Todo eso está muy bien, porque son signos cristianos que sirven para crear un ambiente propicio en la familia, pero no es lo más importante. ¿Por qué? Porque es vivir la Navidad hacia afuera. Lo esencial es vivirla hacia adentro.

En las felicitaciones se unen dos palabras: “Navidad” y “felicidad”; esto significa que muchas personas vemos la Navidad como fuente potencial de felicidad ligada a su profundo mensaje: con el nacimiento de Cristo comienza la Redención, la plenitud de los tiempos. Fue el momento elegido por Dios para manifestar su amor a los hombres, entregándonos a su propio Hijo.

Este hecho debe llenar nuestras vidas; cada Navidad debe ser para nosotros un nuevo encuentro personal con Jesús, un nacimiento de Dios en el alma de cada uno, que posibilita una renovación de la vida espiritual.

Algunas personas confiesan que la Navidad es la época del año en la que se sienten más tristes, debido a que ven alguna silla vacía. Habría que aclarar que, para un cristiano, el dolor no es incompatible con la felicidad y que la verdadera alegría tiene raíces en forma de cruz. Una madre que permanece mucho tiempo en la cabecera de un hijo enfermo sufre, pero no es infeliz; siente el gozo de amar y ser amada de forma incondicional, tan propio de la familia. Para Josef Pieper, “feliz es quien contempla el bien que ama”.

El ejemplo de San Juan Pablo II en su Navidad polaca  lo confirma. El cardenal Stanislaw Dziwisz, que fue su  secretario, ha contado que para él las fiestas navideñas fueron siempre fiestas alegres en familia, a pesar de que perdió muy pronto a la suya. Su madre murió cuando era niño, la hermana poco después de nacer, el hermano tras titularse como médico, y su padre durante la Segunda Guerra Mundial. Pero él siempre celebró la Navidad con personas amigas.

Contemplar a Dios encarnado en un Niño indefenso, reclinado sobre el pesebre de un establo, sin más calor que el aliento de dos animales, nos tiene que remover por dentro. Dios se revela haciéndose niño, y espera lo mismo de cada uno de nosotros, hacernos niños viviendo la vida de infancia, la infancia espiritual.

En el portal de Belén se imparten lecciones de humildad, pobreza y paciencia. Dios viene al mundo sin ostentación, busca compañía en la gente sencilla y humilde, por ejemplo, los pastores, y toma forma de siervo. Era la luz del mundo y los suyos no le recibieron, pero no se queja y sabe esperar.

 

Tenemos que aprender a vivir la Navidad no dentro de una campana de cristal, sino en la sociedad consumista que nos ha tocado vivir, y no como víctimas, sino asumiendo con espíritu deportivo y afán apostólico, el reto de recristianizarla.  Podemos empezar, por ejemplo, aboliendo el interesado intercambio de regalos caros que están de moda, con los que, de forma ingenua, se pretende expresar el amor y comprar la felicidad.

El verdadero sentido del regalo es la donación gratuita, no por compromiso. Hay regalos que ni se compran ni se venden, pero tienen un valor espiritual incalculable: regalar tiempo, cercanía, compañía, comprensión, consejo, consuelo, ayuda invisible, etc. Estos regalos pueden cambiar la vida de quienes los reciben.

Una Navidad feliz requiere preparación, La liturgia de la Iglesia nos propone el tiempo de  Adviento, para ser vivido tanto en el templo como en la familia. Es una preparación interior: preparar a Jesús una morada  digna en nuestra alma. Es  ir al encuentro del Señor exigiéndonos más en nuestro plan de vida cristiana, por ejemplo en la oración y en la caridad. Supone rectificar la vida interior, para recomenzar con humildad. ¡Feliz Navidad!

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