El ruiseñor y la rosa

¿Quién hay que entienda verdaderamente qué es el amor? El ruiseñor del cuento de Oscar Wilde se enternece ante el apasionado enamoramiento del estudiante. Su amada le ha dicho que bailará con él si le lleva una rosa roja. ¿Es porque sabe que no la va a encontrar? ¿Es porque quiere medir su amor poniéndole una prueba difícil? Es invierno y no encuentra solución, y se desespera y llora. Una lagartija y una mariposa que pasan por allí no pueden entender que llore por una rosa y se mofan del joven. Pero el ruiseñor conoce la historia y se conmueve.

“He aquí el verdadero enamorado –se dijo el ruiseñor”. Pero el estudiante no tiene una solución y se queda dormido. Y, misterios de la fantasía, el ruiseñor se puso a buscar una rosa, porque se compadecía del pobre enamorado. El estudiante sólo lloró. El ruiseñor busca una solución, y termina, después de varias pesquisas, en el rosal que rodea la ventana del joven. El rosal, como personaje de cuento que es, habla y le dice al ruiseñor que él tiene unas rosas rojas maravillosas, pero que ese invierno ha sido duro y no le queda ninguna.

Pero tiene una solución, drástica, aunque la única que se le ocurre. Si el ruiseñor pasa la noche cantando, como sólo él sabe, pegándose a una espina del rosal, su sangre alimentará a las ramas y nacerá una rosa tan roja como su propia sangre. El rosal le pide que entregue su vida para dar vida a aquel pobre estudiante. Por aquel joven que tan poca cosa ha hecho por buscar la solución. Y el ruiseñor reflexiona sobre el valor y la belleza de la vida, la que él lleva, en el medio natural que le ha tocado y que tanto ama. Pero se apresta a morir.

Y se dirige al joven, todavía lloroso, en el jardín y le dice: “Sé feliz, tendrás tu rosa roja. La crearé con mi sangre. Solo te pido que seas un verdadero enamorado, porque el amor es más sabio que la Filosofía”. Pero el estudiante no conoce el lenguaje de los ruiseñores y no entiende lo que le está diciendo.

Y al amanecer el ruiseñor yace muerto sobre la hierba y el joven se despierta y se encuentra “por casualidad” con la rosa más bella que nunca haya visto. Y corre a ofrecérsela a su amada, que la desprecia. En realidad ha decido bailar con el hijo de un hombre rico, que le llevará joyas en lugar de rosas. “¡A fe mía que sois una ingrata!” le dijo, y tiró la rosa al camino, donde una carreta la aplastó. “Qué tontería es el amor” cavilaba el estudiante “No es ni la mitad de útil que la Lógica”.

¿Quién entiende hoy el amor? La superficialidad con que se habla de “hacer el amor” ¿no está mostrando precisamente que no saben nada, ni de lejos, sobre lo que esta palabra significa? La alteración del vocabulario hace a veces incomprensible lo que hay detrás de las palabras. Piensan que el amor da la felicidad, y es verdad, pero no el amor que conocen, que es, en realidad, egoísmo; justo lo contrario. Darse al otro, incondicionalmente, da la felicidad; es más, podríamos decir que solo se encuentra la felicidad en la entrega.

¿Y quien puede enseñarnos a dar la vida por los demás, hasta la última gota de su sangre, como el ruiseñor del cuento de Wilde? Aquel que nos amó hasta la muerte en la cruz. Aquel que nos dijo: “Amaos los unos a los otros, como yo os he amado”.

Ángel Cabrero Ugarte.

Oscar Wilde, “Tres cuentos”, Rialp 2014.

 
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