El presente y el futuro de la Iglesia

El ¡adiós! de Benedicto, hasta la Casa del Cielo.
Benedicto XVI.

Encontré unas palabras de Josep Ratzinger, publicadas en castellano en 1973, verdaderamente proféticas. Habla de un futuro de la Iglesia: “Todo parecerá perdido, pero en el momento oportuno, precisamente en la fase más dramática de la crisis, la iglesia renacerá. Será más pequeña, más pobre, casi en catacumba, pero también más santa. Porque ya no será la Iglesia de los que buscan agradar al mundo, sino la Iglesia de los fieles a Dios y su ley eterna”[1].

Sorprende descubrir que en esos años, comienzo de los setenta, tuviera esa visión del futuro. Un futuro que vemos aproximarse. El número de las personas que practican en España es muy pequeño. En unos pocos años muchos se han olvidado, o quizá es que nunca tuvieron una buena formación cristiana. Ahora, viendo que el número de bodas por la Iglesia son minoría, que los chavales, desde muy jóvenes, se pasan horas viendo en el móvil infinidad de historias absurdas, o pornografía, ya no nos extrañamos de nada.

Seguía entonces escribiendo Ratzinger: “El Renacimiento será obra de un pequeño remanente, aparentemente insignificante pero indomable, pasando por un proceso de purificación. Porque así es como obra Dios. Contra el mal, un pequeño rebaño resiste”. Y en eso queremos estar, hacia eso vamos. Un pequeño grupo. Quizá  de un modo especial esas familias que mantienen el clima cristiano, con todos los cuidados. Estos son precisamente los únicos que tienen hijos. Los arrejuntados que no se casan no tienen hijos. Por lo tanto, en el futuro, los creyentes serán un grupo pequeño, pero muy felices por su cercanía a Dios.

“Digámoslo positivamente -prosigue el entonces obispo alemán-: el futuro de la Iglesia, también ahora, como siempre, ha de ser acuñado nuevamente por los santos. Por hombres, por tanto, que perciben algo más que las frases que son precisamente modernas. Por hombres que pueden ver más que los demás, porque su vida tiene mayores vuelos”. El futuro es de los hijos de estas familias cristianas de ahora, que crecerán con ideas muy claras de lo que es ser cristiano y lo que es vivir cara a Dios, porque habrán vivido en una familia cristiana, prudente, piadosa, llena de amor.

“Me parece seguro -sigue diciendo- que para la Iglesia vienen tiempos muy difíciles. Su auténtica crisis aún no ha comenzado. Hay que contar con graves sacudidas. Pero también estoy completamente seguro de que permanecerá hasta el final: no la Iglesia del culto político, que ya ha fracasado, sino la Iglesia de la fe”. Palabras que nos hacen pensar en la responsabilidad que tenemos los pocos que ahora somos conscientes del nivel moral presente en la sociedad. Los pocos que estamos atentos a recordar lo que significa ser cristiano.

Lo hemos escuchamos a otro papa, San Juan Pablo II: “Repito, una vez más, a todos los hombres contemporáneos el grito apasionado con el que inicié mi servicio pastoral: «¡No tengáis miedo! ¡Abrid, abrid de par en par las puertas a Cristo! Abrid a su potestad salvadora los confines de los Estados, los sistemas tanto económicos como políticos, los dilatados campos de la cultura, de la civilización, del desarrollo. ¡No tengáis miedo! Cristo sabe lo que hay dentro del hombre. ¡Solo Él lo sabe!”[2].

El futuro es de quienes  vivimos sin miedo a hablar de la Verdad. Lo hemos leído este domingo en la misa: “Dad culto al Señor, Cristo, en vuestros corazones, siempre dispuestos a dar respuesta a todo el que os pida razón de vuestra esperanza”. Pedro 3, 15-18. 


[1] Josep Ratzinger, Fe y futuro, Salamanca, Sígueme 1973

[2] Juan Pablo II, Christifideles laici n. 34

 

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