Matrimonio indisoluble

Varios autores, Cómo acompañar en el camino matrimonial, Rialp 2020.
Varios autores, Cómo acompañar en el camino matrimonial, Rialp 2020.

Dice Ceriotti: “El amor humano contiene en sí mismo una vocación a durar para siempre, pero solo el sacramento lo hace indisoluble” (p. 111). Pero esto es matizable. El matrimonio, naturalmente es indisoluble, por querer de Dios. Sin duda la experta autora italiana habrá querido decir que el sacramento manifiesta más claramente la realidad matrimonial. Es decir, cuando un hombre y una mujer se preparan para casarse por la Iglesia aprenden que ese matrimonio es para siempre. Y esta mentalidad, no como algo más sino como factor esencial, cambia la mentalidad de las personas.

Si uno se casa por lo civil, nadie le diría semejante cosa, pero la ley natural es invariable. Si ese matrimonio es válido, es para siempre. Pero nadie se lo dice y todos saben que existe el divorcio. Por lo tanto la mente de quien se casa por lo civil es muy distinta, aunque a cualquiera de los contrayentes les haga ilusión que sea para toda la vida.

Cuando esos casados por lo civil son jóvenes es más fácil que piensen en tener hijos. Es difícil que en personas sin formación cristiana haya un planteamiento de tener los hijos que Dios quiera, que piensen en familia numerosa. Con lo cual pueden andar pensando en la parejita como lo más natural del mundo. Especialmente la mujer tiene más deseos de ser madre que el marido de ser padre, generalmente.

Pero si, como ocurre con bastante frecuencia, los que se casan tienen ya una edad, entonces la posibilidad de tener descendencia no solo no se piensa sino que no suele ser posible. Por eso, al no haber hijos, las posibilidades de ruptura matrimonial son bastante mayores. Cualquier desavenencia puede ser causa de un problema aparentemente irresoluble.

Hoy en día, por las condiciones sociales en las que se vive en Occidente, las dificultades para la fidelidad se hacen más habituales. Entre otras cosas porque para muchos buenos cristianos casados felizmente por la Iglesia, los modos de vivir, el crearse necesidades de nivel económico, el gusto de viajar, tener todos los artilugios modernos para la casa, etcétera, hace que surjan tensiones. Sobre todo porque es fácil que predomine el egoísmo.

El matrimonio solo tendrá éxito desde el momento en que los contrayentes tengan una intención indiscutible de crecer en el amor. Eso significa pensar en el otro, que es muy distinto que pensar en uno mismo. Significa vivir para los hijos, pensando en lo que les conviene y ser muy conscientes de que no les conviene tener de todo. En un mundo de caprichos el desastre está cercano. Desde este planteamiento de generosidad, el matrimonio no es ya solo indisoluble si no que es un matrimonio feliz, una familia feliz. Con una felicidad profunda, que surge de la entrega, de tener a Dios presente, de pensar siempre en lo mejor para el cónyuge, para los hijos, o sea para la familia.

El ambiente social no va por esos caminos. Es distinto y genera divorcio. En el ambiente materialista que predomina, esos matrimonios no tienen niños y si los tienen, peor, porque crean pequeños monstruos que van a los suyo. La tendencia extendida de un trabajo que lo llena todo, unos padres que pasan 10 o 12 horas al día viviendo para su profesión, no para su familia, que tienen relaciones sociales de gran nivel, al margen de los hijos; todo eso, tan presente en la sociedad actual, es un desvarío.

Hace falta tener algunas nociones previas de esta problemática antes de casarse.

Francisco Insa (ED.), Cómo acompañar en el camino matrimonial, Rialp 2020

 
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