Libros de papel

Libros.

Hace unos años este título parecería una perogrullada. “Los libros son de papel…”, pero hoy ya no. Hay libros de papel y cantidad de libros digitales. Y podría parecer un hecho pacífico y aceptado, pero la existencia de estos libros digitales abre una serie de controversias que están presentes sobre todo en el mundo lector.

De todo nos podemos encontrar. Entre los lectores de toda la vida encontraremos defensores a ultranza del libro de siempre, del libro de papel, como si la esencia de un libro fuera que lo podamos tocar, subrayar, dejar una marca con un billete de metro para saber por dónde voy, o con un papel donde voy anotando algún detalle que me puede servir más adelante. O sea, esas cosas que más difícilmente puede hacer el lector de digital, o eso piensan los lectores de siempre.

Porque el lector digital dirá que para tomar notas está el mismo móvil y para dejar alguna nota en el texto hay posibilidad de subrayar con colores. O sea que aún para el mínimamente experto en informática lo tiene incluso más fácil que si leyera en papel.

Pero el lector clásico piensa o advierte que el tacto, el tener en las manos aquellas páginas, el tener el libro en la estantería, bien a la vista, son cosas que también se valoran, a lo que el digital dirá que él puede leer muy bien en el metro, más fácil que llevar un libro de papel, sobre todo si es un poco gordo. Y le recordará que más de una vez él, el del papel, no habrá podido leer en el metro o en el bus porque se olvidó coger el libro o porque no podría ir todo el día con el libro debajo del brazo. Mientras que el digital siempre tiene el libro en el bolsillo. Incluso más libros si se le acaba el que está en curso.

Pero el lector de siempre, amante del volumen bien encuadernado, observará que le parece que lo más decorativo que existe en una casa es la biblioteca. Allí van quedando los libros leídos y cuando un amigo pasa por allí los ve, se admira e incluso pide prestado este o aquel. Y el lector de siempre, encantado, prestará ese libro espléndido a su amigo, y dejará un papelito en el hueco para no olvidarse de reclamarlo, si fuera el caso.

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Pero el digital advertirá enseguida que en su casa no hay lugar para libros. Las pocas estanterías que tiene en la sala de estar o en el dormitorio, son pequeñas y tienen un retrato de su madre o un jarrón con flores y poco más. ¡Como para tener libros! Además es que libros digitales en la nube tengo cientos a mi disposición. Puedo archivar en carpeta distinta los ya leídos, y luego quedan otros muchos para elegir.

Así las cosas y comprobando que cada vez hay más gente con casas pequeñas sin librerías y lectores que leen de maravilla en digital, no deja de sorprender la cantidad de libros que se exhiben en las librerías. Cada vez que me acerco a una librería pienso que hay muchísimos libros, de todo tipo, en estanterías grandes, clasificados por las diversas temáticas. Y hay clientes que buscan, husmean, descubren.

Se me ocurre -pensando mal- que hay quien va a la librería a fisgonear, a descubrir novedades. Luego, ya si eso, si me interesa, echo un vistazo a ver si está ya en la nube. Y eso que me ahorro. Porque es más barato y por lo del espacio en casa.

Será quizá por eso por lo que cada vez encontramos menos librerías pequeñas, de esas de barrio, con un vendedor que sabía  todo lo que tenía y aconsejaba, y lo que quedan son las grandes superficies de libros con dependientes que no saben casi nada.