La libertad y la entrega en el matrimonio

Mucho se ha hablado del Sínodo, pero hay que recordar que no tiene sentido hablar de conclusiones. El Sínodo extraordinario es preparación del ordinario. Queda un año. Un año de reflexión y estudio. Y al ver a tantas parejas que no se casan, algunos adelantan una recomendación: hay que animar a los jóvenes para que se casen. Pero el problema no está en si se casan o no, sino cómo se casan o por qué no se casan.

Si nos empeñáramos en forzar la máquina para que contraigan matrimonio, seguramente estaríamos provocando matrimonios nulos. El problema de fondo que tenemos en la sociedad occidental es que hay una gran cantidad de jóvenes –seguramente mayoría- que no entienden qué es el matrimonio, por tres razones:

Primero, porque el joven de veintitantos o treinta y tantos es, con demasiada frecuncia, egocentrista y no puede entender -tiene una dificultad grandísima para entender- lo que significa una entrega total, imprescindible cuando hablamos del matrimonio. Es un concepto sobre el que necesitarían una reflexión larga, detenida, para llegar a todas las consecuencias.

Segundo, porque el joven en edad de casarse tiene como fin de su vida, básicamente, la comodidad –también el éxito o el prestigio- y este concepto es notoriamente opuesto a lo que significa construir una familia. Muchos lo saben bien y es por lo que no terminan de casarse.

Tercero, porque en la sociedad en que vivimos son muy pocos quienes entienden qué es la libertad. Es más, tienen una idea contraria a lo que es la auténtica libertad. Para la mayoría significa “yo hago lo que quiero”, cuando en realidad ser libre es ser capaz de compromiso. Ser libre significa estar en condiciones de afrontar una meta decisiva en la vida, con todo lo que lleva consigo de lucha y exigencia. Hace falta madurez para ser verdaderamente libre. Y es esclavo aquel que tiene una serie de condicionamientos que le impiden tener una meta alta, un sentido.

Con esa idea de “hacer lo que me da la gana”, con lo que lleva consigo de insolidaridad, que es más libertinaje que libertad, es difícil construir algo importante en la vida. Y los condicionamientos que esclavizan son variopintos, pero con frecuencia decisivos para impedir cualquier tipo de madurez y una actitud clara para el matrimonio. El pecado esclaviza. Jesucristo vino al mundo para librarnos de la esclavitud del pecado. Pero la Gracia que nos consiguió en la cruz hay que conseguirla.

El Señor instituyó un sacramento, el matrimonio, consciente de la dificultad de vivir la unión familiar. Pero además están otros dos, la eucaristía y la penitencia, para poder ser libre. En el ambiente descristianizado en el que vivimos, la vida de oración y la dirección espiritual son medios necesarios, porque hay que estar muy cerca de Dios para entender lo que significa entregarse y hace falta la ayuda de alguien que nos acompañe en el camino hacia una meta alta.


 
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