Las bendiciones

El Papa Francisco recibe la bendición de un sacerdote recién ordenado. Foto de archivo de 2019.
El Papa Francisco recibe la bendición de un sacerdote recién ordenado. Foto de archivo de 2019.

A lo largo de los años he tenido, en ocasiones muy diversas, la experiencia de personas que me han pedido una bendición. A veces piden que les bendiga algo, una medalla de la Virgen que se han comprado recientemente, o cosas menos cercanas al culto, como puede ser un coche. Indudablemente las bendiciones las encontramos ante todo en la liturgia. El sacerdote bendice a los fieles al final de la misa y hay ritos litúrgicos que ya de por sí se llaman así: Bendición con el Santísimo, como un rito compuesto por oraciones y la bendición propiamente dicha.

Me llamó la atención especialmente la naturalidad con que en los países sudamericanos algunas personas me pedían una bendición: “Bendígame, padre”, dicen recogiéndose con una leve inclinación. El sacerdote les hace la señal de la cruz sobre la cabeza y el personaje bendecido se endereza con una sonrisa y da las gracias como quien ha recibido un regalo.

Las bendiciones son, por lo tanto, abundantísimas, siendo la del final de la misa quizá la más conocida, pues todos los fieles asisten al menos los domingos al sacrificio del altar que termina con esa señal de la cruz que hace el celebrante como para poner el punto final: “podéis ir en paz”.

La intriga sobre qué piensa una persona piadosa que pide que se le bendiga el coche, por ejemplo, me lleva a hacer una investigación. Y me encuentro, para empezar, con una definición bastante completa: “La bendición es invocación de la protección de Dios y su espíritu santificador sobre una persona, un lugar o una cosa; generalmente recitando un sacerdote unas palabras rituales o haciendo la señal de la cruz”. Se busca protección, pero no como quien confía en la policía para que no le roben. Confiamos en Dios para que nos proteja.

Podría quedar un poco más en el aire saber qué queremos que nos proteja. Sobre todo cuando estamos esperando la señal de la cruz. Que la señal de la cruz esté presente en la casa que voy a habitar. Parece como si estuviéramos expulsando al demonio. Algo así se desprende de ciertas actitudes. Tener a Dios cerca.

Si me he comprado un crucifijo y lo voy a llevar en el bolsillo, o una medalla escapulario, pido la bendición considerando que de esa manera aquello deja de ser un trozo de metal, por ejemplo, y pasa a ser un objeto sagrado: porque ha recibido la señal de la cruz del sacerdote. Ya no llevo en el bolsillo un objeto sin más, llevo un objeto sagrado que me protege. Es indudable que hay una manifestación de fe en lo sagrado que influye mucho en la vida de las personas con fe.

También encontramos otras definiciones, con un sentido similar: “Consagración de una persona, un lugar o una cosa a Dios, a la Virgen o a un santo, mediante el rito adecuado”. Consagramos, a través de ese rito, más o menos extenso, a Dios, personas, lugares. Queremos estar más cerca de Dios, tenerle con nosotros.

No se dice en ningún sitio que esa bendición consiga que lo que es malo pase a ser bueno. Eso solo ocurre con la bendición que el sacerdote da al penitente cuando le absuelve de sus pecados. La absolución tiene un valor del que podemos acostumbrarnos pero es algo maravilloso que tenemos, casi siempre, muy al alcance. Y entendemos perfectamente que el sacerdote da la absolución cuando el penitente, como su propio nombre indica, está arrepentido y tiene una disposición cierta de evitar el pecado.

Bendición, bien decir, supone querer cosas buenas, buscar la protección de Dios.

 
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