El silencio

La fuerza del silencio.
La fuerza del silencio.

Muchos autores relevantes han escrito sobre la importancia del silencio, especialmente cuando hablamos de la piedad y el trato con Dios. Aun cuando teóricamente podamos tener cierto convencimiento de la relación silencio-Dios, no está de más que haya quien nos lo recuerde de vez en cuando, sobre todo cuando vivimos rodeados de mucho ruido, casi sin darnos cuenta. De hecho lo que realmente nos sorprende es la ausencia de ruido. Si subimos a un monte, llegamos a un punto un poco alto y nos paramos, nos quedamos admirados del silencio reinante. Eso es lo excepcional.

Y precisamente porque en la vida urbana es más complicado -urbana de grandes ciudades, no en los pueblos-, necesitamos buscarlo, investigar cómo podemos encontrar ese ambiente de silencio que nos permite pensar, reflexionar, y desde luego rezar. No es imposible hacer oración en medio de la calle, pero hay demasiadas cosas que nos distraen, y por eso buscamos el lugar más apropiado. No siempre es fácil.

Nos dice el Cardenal Sarah: “El silencio cuesta, pero hace al hombre capaz de dejarse guiar por Dios. Del silencio nace el silencio. A través del Dios silencioso podemos acceder al silencio. Y el hombre no deja de sorprenderse de la luz que brilla entonces. El silencio es más importante que cualquier otra obra humana. Porque manifiesta a Dios”[1]. Y siguiendo en esta misma línea no tiene inconveniente en llamar la atención sobre el mucho ruido que hay en la liturgia africana, en su tierra, motivada por costumbres ancestrales.

En la oración se agradece el recogimiento que capacita para la reflexión, para ir al fondo del alma, para contrastar la propia vida con las palabras que se leen en la Sagrada Escritura o las que dice el sacerdote en la homilía. Hay también partes de la liturgia eucarística en las que la música puede ayudar. Una música piadosa, que es oración, que ayuda al fiel en su oración. Puede ser de guitarras, pero enseguida nos damos cuenta de cuando es melódica y cuando es un conjunto de gritos poco acogedores.

Siempre ha servido y es de agradecer la música gregoriana. Seguramente hoy en día es más difícil que haya personas aficionadas a ese canto que puedan componer un coro adecuado a las proporciones de la parroquia, pero sería muy de agradecer. Ayuda a rezar. Están, en cambio, de moda, las palmas y cantos ruidosos del público. Digo público y no pueblo fiel, porque quienes asisten a la liturgia por los ruidos más parece que van a un espectáculo que a la misa.

En esta línea, no deja de ser preocupante que existan ciertas misas para niños. Parece una contradicción pero hay algunas misas de niños que no tienen nada que ver con una celebración litúrgica. Otras sí. No se puede juzgar en general, pero he encontrado a varios padres que prefieren que sus hijos aprendan del recogimiento de la misa normal. Eso no se aprende en el jolgorio de algunas de esas misas para niños. ¿Cómo les educamos en el recogimiento y en el silencio?

Sarah cita a Romano Guardini: “En el silencio es donde suceden los grandes acontecimientos. No en el tumultuoso derroche del acontecer externo, sino en la augusta claridad de la visión interior, en el sigiloso movimiento de las decisiones, en el sacrificio oculto y en la abnegación; es decir, cuando el corazón, tocado por el amor, convoca la libertad de espíritu para entrar en acción, y su seno es fecundado para dar fruto. Los poderes silenciosos son los auténticamente creativos”[2].

 

[1] Card. Robert Sarah, La fuerza del silencio, Palabra 2016, p. 20

[2] Idem, p. 23

 

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