Son cosas que pasan

Son cosas que pasan

Hay una novela, editada este año, de autora francesa, titulado “Son cosas que pasan”, que trata de la situación en la que se encontraron los aristócratas franceses durante la II Guerra Mundial. Un estudio detenido del momento nos mostraría una realidad menos histriónica que la descrita por esta autora, casi seguro. Es propio de la ficción marcar las líneas y no se lo vamos a reprochar. Además, la exageración de los rasgos es lo que nos hacen pensar, sopesar qué es lo que pudo ocurrir.

Aparecen unos personajes un tanto ridículos. No daré más datos, porque a alguno le puede interesar el libro. Unos personajes que solo piensan en sus fiestas, unas mujeres frívolas que solo piensan en vestido que estrenarán con ocasión de tal o cual evento. Personas, por lo general, frívolas, que se sitúan al margen del dolor de la mayoría. Pero, eso sí, son fervientes católicos. Me parece indudable que la alusión repetida en el libro a que estos señores siguen con su práctica habitual de comulgar en misa los domingos, hace pensar en una cierta burla de la autora. Dejemos ahora el hecho de si es una exageración o de si está puesto de modo intencional.

Me quedo con la realidad de muchas personas que, hoy, en nuestros días, se dicen católicos -tampoco es que lo prediquen a voces- pero tienen una práctica mínima, aunque se consideren practicantes. En el libro de referencia hay actos notoriamente inmorales que se despachan por parte de los testigos cercanos como “son cosas que pasan”, sin darle más importancia. Es el tipo de católico que podemos encontrar también hoy, que sintiéndose de misa de domingo, porque es de familia católica, de raíces cristianas, en realidad lo único que hace es cumplir con lo que se ve, por lo que puede ser juzgado.

No lo hace por quedar bien, dado que hoy en día eso no lo valora nadie, lo hace por cumplir unas obligaciones atávicas. De manera que hoy podríamos hablar de cuatro tipos de personas en nuestra sociedad, en lo que se refiere a la Religión: los agnósticos-ateos, o como se quieran llamar, los católicos no practicantes, los católicos practicantes, y los católicos responsables.

El católico practicante es, fácilmente, una persona incoherente. Es ese a quien no le preocupa demasiado si un domingo no va a misa, porque tenía cosas que hacer… O ese que llega a misa tarde casi siempre. O ese que nunca da una limosna, ni al pobre de la calle, ni a Cáritas ni a Ayuda a la Iglesia necesitada. O ese que tiene un negocio fraudulento o una amante en la oficina. Son cosas que pasan. Sus raíces no le han enseñado que hay que ayunar en Cuaresma. Nulo traspaso de sus ancestros cristianos.

Estos, por ejemplo, no creen en el infierno. En estos días se cumplen 100 años de aquella terrorífica visión que tuvieron los niños de Fátima. Pero estos cristianos de a medias lo primero que quitan de su credo es la justicia. Solo se quedan con la misericordia. Y, como es lógico, a Dios le ven cada día más lejos. No le conocen de nada. Eso sí, no fallarán al Rocío o a las procesiones de Semana Santa en Sevilla. Eso de las multitudes les priva. Pero la frecuencia de sacramentos les suena a chino.

Son cosas que pasan, y tenemos que dar gracias a Dios porque cada vez están más nutridas las filas de los responsables. Y nos da pena de con qué facilidad se pasan del bando de los católicos practicantes al de católicos no practicantes. La incoherencia hace mucho daño, y se nota.

Pauline Dreyfus, Son cosas que pasan, Anagrama 2017

 


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