La avaricia de hoy y de siempre

Elizabeth Gaskell.
Elizabeth Gaskell.

La editorial Alba publicó hace dos años “La casa del páramo”, una novela que podríamos llamar clásica. La autora, Elizabeth Gaskell, nos cuenta una historia situada a mediados del siglo XIX, en la Inglaterra rural de campesinos y terratenientes. Sin los recovecos y las idas y venidas típicas de la novela moderna, en esta aparecen unos personajes perfectamente definidos. Por un lado, una familia humilde, una viuda y dos hijos, que viven en medio del páramo; por otro lado, una familia de terratenientes.

La virtud de esta escritora inglesa es que define con detalle cada personalidad, y desde el primer momento queda claro quiénes son los buenos y quiénes los malos. Y precisamente en esa precisión de los modelos surge el problema social tan habitual en todas las épocas de la historia. El dinero, los problemas con las tierras y con los deudores, cambian a las personas. Es una historia en la que, de modo nítido, y como para que el lector no se despiste, nos presenta el problema tan habitual de la avaricia, que destroza el corazón de tantos.

La novela está muy bien escrita, los personajes muy bien definidos y la fuerza de los pecados de los hombres también. Y aquí es donde vemos que los problemas siguen siendo los mismos. Hasta qué punto hay muchas personas que pierden su humanidad, su capacidad de amar, por el egoísmo de tener. Es una historia que se repite. Desde Caín y Abel hasta nuestros días. Una tendencia que, en ambientes de crecimiento, de negocio, de búsqueda de una vida cómoda y aparente, puede corromper totalmente el corazón.

Es lo que aparece de modo nítido en estas páginas y alguien podría pensar que es demasiado evidente, demasiado pedagógica, intencionada. En realidad, en muchas novelas clásicas nos encontramos con un planteamiento moral que hace pensar. Esto no ocurre a penas en la novela moderna donde hay inmoralidades evidentes que nadie pone en tela de juicio. No solo no enseñan nada si no que más bien confunden. ¿Está la novela para educar? Muchas no, desde luego. Una novela policiaca tiende más a la acción y se preocupa menos por el fondo, aunque también están por allí el bueno y el malo.

En esta magnífica novela se presenta de un modo nítido hasta qué punto un hombre bueno se puede corromper por el dinero. No es una historia inverosímil: el lector se da cuenta de que esto puede pasar en cualquier ambiente y en cualquier época de la historia. Pero uno podría pensar que el avaro nace avaro. En esta historia hay un personaje al que se ve venir, porque es un joven mal educado, consentido totalmente por su madre. Se le ve venir desde el principio. Pero hay otro, padre de familia, amable y atento con las personas, que confía en sus empleados, y que por unas circunstancias que no hace falta desvelar cambia drásticamente en su modo de ver las cosas.

“Si yo creyera que algún día podría llegar a ser tan indiferente y tan cruel a las serviles súplicas de un delincuente como lo ha sido mi padre esta mañana, me marcharía a Australia ahora mismo. Creo que es lo que tendríamos que hacer nosotros. Se me parte el alma cuando pienso en la corrupción y en la maldad de una sociedad tan caduca como la inglesa” (p. 118).

¿Quién no conoce, en la vida misma, casos semejantes? Hasta qué punto el afán de riquezas, que puede ser desmedido, exagerado, ha cambiado a una persona. Es triste y le puede pasar a cualquiera, si no estamos advertidos.

Elizabeth Gaskell, La casa del páramo, Alba 2019

 
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