Amor y sentimientos

Canción de Cuna. Jsús Montiel
Canción de Cuna. Jsús Montiel

Hay una confusión habitual y peligrosa entre estos dos conceptos. Una confusión que lleva con frecuencia a rupturas de matrimonios, o a que muchos no se lleguen a casar porque están midiendo como son sus emociones, pero no piensan en el amor. Hay algunos que creen que se aman, pero solo han tenido una inclinación lógica a conocerse y unos sentimientos agradables en sus primeros contactos. Pero ni si se les ha pasado por la cabeza que la unión de hombre y mujer en el matrimonio está basada en el amor.

El amor es algo muy distinto a los sentimientos, aun cuando naturalmente estos lleven a amar. Pero si no se descubre lo que es el amor, el matrimonio dura tres o cuatro años, lo que dura la pasión. Y se acabó. Nadie les ha enseñado a amar. Nadie les ha hablado de la maravilla que es darse, de la alegría profunda que produce la entrega total y desinteresada. Casi nadie habla de estos asuntos. Las películas de hoy no reflejan casi nunca lo que es el amor. Tratan de la tragedia de las rupturas, pero no hay un examen de la situación.

Lo describe Jesús Montiel en uno de sus libros: “Anoche, en el bar del barrio, una vecina me contó que ahora que sus hijos son mayores y la pequeña va a independizarse tiene miedo, siente vértigo al pensar los últimos años de su vida al lado de su marido. Sin la distracción de los hijos, enfrentados el uno al otro en el biombo de las obligaciones, descubrirán que son los socios de una pequeña empresa que ha producido algunos frutos y que ahora, una vez detenida la producción, el futuro se bifurcará como un río al que parte en dos un obstáculo insalvable. Mi amiga, dentro de su casa, ha elegido una pequeña terraza como lugar para estar a solas”[1].

Así de triste es la realidad de muchas personas, aunque ahora, con más frecuencia lo que ocurre es que no llegan ni siquiera a tener hijos. Han jugado a vivir bien durante una temporada y, como no saben lo que es el amor, a la mínima de cambio se produce la ruptura. Por eso, ya de entrada, muchos optan por convivir como una prueba para ver si pueden casarse. Lo dicen así de claramente. Y claro, en cuanto se agotan las emociones del enamoramiento y los primeros tiempos atrayentes de la convivencia, se acaba todo.

Amor es entrega, generosidad, darse, pensar constantemente en el otro. De esto no hay apenas, escasea, en nuestra sociedad. Cada uno va a lo suyo, y esto es justo lo contrario al amor. Y les dices que deben pensar en ella o en él y no lo entienden. Toda la sociedad consumista lleva al egoísmo. Por eso cuando conocemos algunos matrimonios auténticos, donde los esposos no impiden que vengan los hijos, donde se trasluce el ambiente del hogar en serenidad y paz, nos produce una alegría muy grande, porque son excepciones.

“Una pareja devorada por la nada se parece a un barco que poco a poco pierde el rumbo y cuando se percata ya es tarde: la corriente lo arrastra irremediablemente, no se alcanza la orilla, con la mirada. Y los dos, mientras cenan un día concreto, son los personajes de la novela de Alejandro Zambra, que parecía que hablaban de algo y estaban juntos, pero sabían que en realidad hablaban de nada y estaban solos”[2]. Mientras hay convivencia queda alguna posibilidad de arreglo; en cuanto rompen, todo permanece en el egoísmo. 


[1] Jesús Montiel, Canción de cuna, Pre-textos 2022, p. 21

[2] Idem, p. 28

 
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