Sobriedad y libertad

El Papa Francisco, en su última encíclica, Laudato sí, escribe que “la espiritualidad cristiana propone un modo alternativo de entender la calidad de vida, y alienta un estilo de vida profético y contemplativo, capaz de gozar profundamente sin obsesionarse por el consumo” (n. 222). Bien sabemos hasta qué punto el Pontífice se sitúa contra el modo de vida habitual en el primer mundo, en el ambiente occidental especialmente, donde lo habitual es el hedonismo. Y sabemos que es muy difícil en este contexto, sobre todo entre las personas de clase media o alta, mover al desprendimiento, la modestia o la sobriedad.

En el ambiente nuestro, en este país que sabe disfrutar con muchas cosas, es difícil discernir, en el día a día, qué es disfrutar de unas buenas vacaciones y que es dejarse llevar por adiciones, vicios y caprichos. Hay a quien le cuesta mucho dar un euro de limosna a un pobre o en la iglesia, pero se los gasta sin ningún problema si se sienta en una terraza a “tomar algo”. Todos sabemos lo fácil que es crearse la necesidad “intocable” de tomar una cerveza en tal momento del día o un trozo de buen chocolate después de tal o cual comida. Y así podríamos poner muchos ejemplos de todo tipo, aunque lo realmente difícil es admitir cada uno cuáles son nuestros caprichos intocables.

Esto es esclavitud, es una atadura que produce malestar en cuanto falta. Somos libres cuando no hay en nuestra vida nada que nos ate indebidamente. “La sobriedad –dice el Papa- que se vive con libertad y conciencia es liberadora. No es menos vida, no es una baja intensidad sino todo lo contrario. En realidad, quienes disfrutan más y viven mejor cada momento son los que dejan de picotear aquí y allá, buscando siempre lo que no tienen, y experimentan lo que es valorar cada persona y cada cosa, aprenden a tomar contacto y saben gozar con lo más simple” (Laudato sí, 223).

El modo de vida actual, especialmente en tiempo de vacaciones, en nuestro país, que se llena de turistas llegados para disfrutar de nuestro sol y nuestra vida agradable, es esencialmente consumista y, por lo tanto, es imprescindible que cada cual vea su propia vida, si es que quiere acceder a esta conversión liberadora que propone el Papa. Hace falta mucha sinceridad y muchos deseos de conversión para detectar cuáles son nuestros vicios, caprichos o esclavitudes. “Se puede necesitar poco y vivir mucho, sobre todo cuando se es capaz de desarrollar otros placeres y se encuentra satisfacción en los encuentros fraternos, en el servicio, en el despliegue de los carismas, en la música y el arte, en el contacto con la naturaleza, en la oración” (n. 223).

El Papa propone un modo de vida distinto, seguramente muy distante, de manera que seamos más sensibles a las necesidades de los demás, que estemos en condiciones de servir, que seamos capaces de crecer en la contemplación de las maravillas que Dios nos ha proporcionado, que no perdamos de vista que el trato habitual con Él en la oración es el mejor condimento para un merecido descanso. La sobriedad nos hace libres, aunque muchas veces no consigamos entenderlo.

Ángel Cabrero Ugarte

Papa Francisco, Encíclica Laudato sí.

 
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