Contracorriente

Siempre se ha dicho que la montaña es traicionera, pero quizá solo lo han comprobado quienes van con frecuencia. Puede uno prever que hará “buen” tiempo, o sea sol, temperatura no demasiado extrema, ninguna posibilidad de lluvia. Y resulta que toca viento, imprevisto, fortísimo, violento. Según subes por la pendiente piensas si deberías darte la vuelta o sigues, porque si en la ladera hace mucho viento, en la cresta es intratable.

La última vez que tuve esta experiencia pensaba que el montañismo es como la vida. Al final lo difícil es prever y lo importante es perseverar. En la vida hay muchos momentos duros, dificultades que parecen insalvables. El viento es muy fuerte y apenas deja caminar. Recuerdo la imagen de uno a punto de culminar una altura importante, donde le esperaban los compañeros, y que no conseguía avanzar un metro que le faltaba para llegar a un cierto resguardo. Fueron unos momentos de esfuerzo que sin duda recordará.

Y esto es lo que pasa en la vida, solos podemos hacer poco, con el aliento y el apoyo de los demás nos sentimos fuertes, seguros, aunque pueda parecer imposible mantener el ritmo, seguir la marcha, sortear los obstáculos que la vida –que a veces es traicionera como la montaña- nos pone en medio. La vida cristiana, en un ambiente eminentemente pagano, con una clara tendencia hedonista, a veces da la impresión de demasiado difícil. ¿Cómo puedo yo seguir adelante si no me ayuda nadie, si no hay quien me dé una mano, un consejo? Pero la verdad es que sí hay quien nos ayude.

En los momentos de dificultad, con un viento muy fuerte, es fácil olvidar que hay que comer, que hay que beber, porque uno lo que quiere es mantenerse de pie y eso ya es complicado. Hay que tener la prudencia de parar un momento y tomar algo, unos frutos secos, fruta, chocolate, pero dejando para después el bocata de chorizo. Y en la vida, si no encontramos tiempo para alimentarnos, si no conseguimos acercarnos a la Eucaristía, para llenarnos con la Gracia del sacramento, no somos capaces de seguir. Durante un rato pensaremos que podemos, porque somos un poco ilusos y no nos damos cuenta de todo lo que queda.

¡Qué fácil es cansarse, desanimarse, tirar la toalla! Es muy interesante ver cómo, en medio de la ventisca, cuando el frio penetra por todas las fisuras, si uno encuentra una roca acogedora o un pino salvaje, acostumbrado a esas fuerzas de la naturaleza, que te cobija, la tentación es quedarse: ¡Qué bien se está aquí! Pero no se está bien, solo está un poco mejor que a la intemperie. Es fácil, en la vida, acomodarse y pensar que estoy bien porque tengo alguna comodidad. Pero la vida del hombre es andar hasta la meta final que es el cielo. No hay cosa más triste que ver los desánimos, aquellos que piensan que no van a poder y se quedan en cualquier refugio de poca monta. Son muchos los que ni siquiera se plantean caminar. Viven, sin más y al final de su vida les enterrarán y –como me decía un amigo- en su tumba tendrán que decir “Aquí yace Fulanito, sin más ni más”.

 
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