La voz de la conciencia

Se habla de conciencia con demasiada ligereza, aunque con no demasiada frecuencia, casi siempre con poca exactitud. Se confunde a veces con consciencia. El diccionario de la RAE dice que consciencia “es la capacidad de reconocer la realidad circundante”. No es lo mismo que una persona está consciente que esté obrando en conciencia. Hay muchas personas que, perfectamente conscientes, no tiene en cuenta su conciencia, porque  en realidad no quieren que “nadie” les impida hacer lo que les apetece. Y eso a pesar de que mucho piensan que es “mi conciencia”, como algo inmanente.

Pero en el fondo del pensamiento,  cualquier persona normal –y dejamos fuera  al malvado consumado – sabe que la conciencia suya no es solo suya. Es interesante comprobar qué dice el diccionario de la RAE de este concepto: “Conocimiento del bien y del mal que permite a la persona enjuiciar moralmente la realidad y los actos, especialmente los propios”.  O sea, conocimiento del bien y del mal como algo objetivo, no subjetivo.

El Catecismo de la Iglesia Católica dice que la conciencia es “el núcleo más secreto y el sagrario del hombre, en es que está solo con Dios, cuya voz resuena en lo más íntimo de ella” (nº 1776). En realidad es una invitación, esta explicación del catecismo, a concretar un poco sobre quien es Pepito Grillo. Cabría el peligro de dejar indeterminado el “quien” me dice, y  para muchos no es más que un yo interior.

Hablaba Juan Pablo II con un amigo agnóstico, y al decirle, más o menos, que había que hacer la voluntad de Dios, el amigo contestaba que él obraba según su conciencia, y el Papa santo le advertía: “La conciencia es trascendente”. Es decir, algo que viene de otra dimensión distinta a mi vida.

De modo que aquí volvemos una vez más a la trascendencia. Solo esa voz que me llega de fuera de mi entorno material puede ser perfectamente objetiva. Lo que está en mi mundo se ve mezclado  con intereses, emociones, pasiones, luces y sombras.  Lo objetivo viene de Dios y a Él tenemos que oír. Y aquí podemos encontrarnos con la duda: ¿Estoy verdaderamente dispuesto a obrar en conciencia? Puede ser que no, puede que obre contra mi conciencia, y a eso lo llamamos pecado.

Pero al menos hay que evitar la confusión. No es lo mismo decir que obro en conciencia que estar obviando claramente mi conciencia, que no me interesa oír. Por lo tanto, para el obrar moral, para la paz interior, para servir de ayuda a los demás, uno debe pararse a escuchar, a sopesar. No se trata de qué es lo que yo quiero o lo que me gusta, sino qué es lo bueno  y qué es lo malo. De manera que obrar en conciencia es obrar con sensatez, con el deseo sincero de buscar lo mejor.

Ratzinger, J., El elogio de la conciencia, Palabra 2010

 
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