La vida secreta de quince niños calvos

Un niño, quince niños. Un niño calvo, quince niños calvo. Una historia de adviento. Sucederá la esperanz

Jesús Montiel.
Jesús Montiel.

La noticia, inesperada. Primero la cojera, después ese color amarillo en las orejas, y los ronchones en el cuerpo. Aquel análisis de sangre, diagnóstico, leucemia. Ingreso inmediato. Dos años, tres años, toda una vida concentrada en el licor de las esencias. 

Un niño y un padre. Un padre y un niño. Experiencias, sensaciones, notas a pie de página, porque la vida de ese niño que no tiene nombre, pero que es el niño, el Niño, es un canto a la esperanza. 

No sé nada especial de Jesús Montiel. Bueno, algo sí. Que nació en 1984 en Granada y que hizo una tesis doctoral titulada “Los personajes de Walter Percy: peregrinaje o viaje existencial”. Claro, ahora lo entiendo. Alguien que ha hecho una tesis sobre Walter Percy debe tener la sensibilidad suficiente para exprimir lo mejor de la vida, para extraer del sufrimiento, del dolor, ese atisbo de esperanza.

Claro, alguien que ha hecho una tesis sobre Walter Percy debe ser capaz de escribir, con prosa poética, sobre el adviento. Ese tiempo que es futuro porque es presente, ese tiempo del permanente ahora de la apuesta de Dios por ti y por mi, por cada uno de nosotros. Ese tiempo en el que Dios se cuela en nuestras entrañas. 

Sé de Jesús Montiel que escribió una primera obra literaria, “Notas a pie de instante”, y que esta flor que sucede,  de título “Sucederá la flor”, es su segunda creación. Una pequeña gran historia, una pequeña gran tarjeta de presentación sobre el sentido de la vida que es estético, y algo o mucho más que estética. Ah, y también sé que Jesús Montiel, el padre también in fábula, es columnista de The Objective. Y que es capaz de introducirnos en la grandeza lírica de Christian Bobin, su reflexión moral, metafórica.  

Pero volvamos al libro, a la historia, al dolor, a la escritura. Volvamos a esa séptima planta del hospital en la que habita Dios en su ejército de ángeles y de santos, en esos niños calvos que miran por la ventana. Volvamos enfrentarnos al dolor para llevar la contraria a quien dijo que no hay purificación en el dolor, que en el dolor no hay nada. Volvamos a contemplar al niño enfermo que “duerme en la cuna del dolor. Lo mecen las oraciones que sus padres, cada noche, pronuncian en silencio”. 

Volvamos a abrir esta historia de esperanza. Porque “cuando el hombre no puede más  y dice basta ella nos resucita, recruza los brazos del corazón que se ha rendido… La esperanza fue ti verdadera sangre, la verdadera quimioterapia”.

Que sí, que “Sucederá la flor”, novela breve, pequeña, grande, muy grande, de Jesús Montiel, habla sobre un niño que tiene cáncer, sobre su padre que anota sus experiencias, el diario de la relación que es la vida, y sobre la puerta que se abre a la esperanza. 

Que sí, que este pequeño milagro literario es un adviento que no debe pasar inadvertido. Porque, al fin y al cabo, lo humano es comunión, es pulsión y mirada compartida, y silencio después de esta lectura que invita a plegar el deseo del instinto y elevar la mirada a lo alto. Y orar. Un libro como una oración, es lo que es esta perla.  

 

El amor, el matrimonio, el barrio, los vecinos, la familia, la bisabuela, y Dios. “La gente busca a Dios en las iglesias, en las palabras aterciopeladas de los curas, los hay que ponen velas en lugares inverosímiles (…) Pero Dios vive en los geriátricos, los manicomios, las afueras de la ciudad. Se hospeda en la estatura de la flor antes que en la enormidad de una catedral. En la planta de oncología infantil”. Dios, que esperanza…

Por cierto, gracias Don Ginés, por regalarme esta joya…

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