Sobre odios, aplausos y estereotipos en Internet

Transhumanismo, tecnología y ética.
Transhumanismo tecnología ética.

Me hacía eco la semana pasada de la inquietud del papa Francisco –tan común en estos tiempos- sobre la influencia social de las técnicas de la comunicación. Pienso a veces que existe el riesgo de exagerar, por dar mayor importancia a esas técnicas de transmisión que a los contenidos: la clave no está en el mensajero, sino en el mensaje, a pesar de la interinfluencia señalada por McLuhan.

La capacidad de mentir es casi tan antigua como la humanidad. Al contrario, el deber de no faltar a la verdad es uno de los diez preceptos del Decálogo. Las causas de las mentiras se corresponden con las pasiones humanas. No menos reducidos resultan sus posibles contenidos. Sólo aumentan las posibilidades técnicas de difusión.

Los avances llevan consigo el conocimiento de su propia consistencia, pronto utilizada por todos. Al comienzo tiene mucho impacto el factor sorpresa, como pudo suceder con las intervenciones de hackers o expertos informáticos en referéndums o elecciones recientes. Pero los habituales de la red conocen ya fundamentos y trucos, como aprendieron a modificar las fotos o los discursos, antes aún de la invasión de la inteligencia artificial y la novísima escritura predictiva.

Grandes principios de la comunicación han caído, porque en el fondo eran falacias. Así, la distinción entre hechos y opiniones. Ni los primeros son siempre comprobables, ni su interpretación es libre, al menos desde el manifiesto de Marx y Engels, que no pretendía el conocimiento del mundo sino su transformación.

Hace poco, un viejo amigo reprodujo en el WhatsApp una información sobre un tema candente. Ante algunas observaciones, reconoció honradamente: “Dicen que es falso... Esto de las redes sociales es más peligroso de lo que parece”. Así acaba cayendo la falacia de que vale más una imagen que mil palabras: resulta ya demasiado fácil cortar y pegar símbolos y frases... Raro es el centro educativo que no dedique tiempo al análisis de medios informativo y redes, o a la elaboración de revistas o páginas digitales: como se decía hace tiempo, “el periodismo entra en la escuela”. El conocimiento de las técnicas contribuye a una mejor formación de todos, con sus notas de un muy sano escepticismo, que podría ser letal si no llevara a no aceptar de entrada tanta información más o menos interesada comercial o ideológicamente: protege de evidentes riesgos.

Se impone la necesidad de revisar comportamientos unidos a un criterio tan clásico –nunca superado- como el valor de las fuentes. Así, la actitud ante la crítica que llega al odio. Recuerdo una frase tópica: debe de ser verdad, porque lo dice quien está en contra. No se sostiene. Pero tampoco la relativamente contraria: el odio favorece la mentira. En rigor, nunca será fiable una fuente que practica descalificaciones, sambenitos, insultos. Menos aún, la que no reconoce fallo alguno en quienes alaba, ni siquiera cuando son ostensibles.

Perdóneseme un recuerdo personal. Hace cincuenta años intervine en la fundación de Aceprensa, en momentos históricos de confusión informativa, dentro de los límites técnicos de la época: en la barahúnda del tardofranquismo y el guirigay del postconcilio, resultaba esencial la crítica –en el sentido clásico del término- de las fuentes, y a eso nos dispusimos, ciertamente con medios exiguos. Pero no hacen falta muchos más para proseguir ese esfuerzo intelectual calibrador, más necesario quizá hoy que hace cinco décadas.

Desde luego, hay que estar prevenidos frente a estereotipos, propios o ajenos, tan típicos de las redes y del predominio de la cultura audiovisual basada en sentimientos más que en la razón: de ahí el sorprendente exceso de tribus en la sociedad postmoderna, que apoya a los propios sin fisuras, mientras niega el pan y la sal al otro, al distinto, al potencialmente enemigo.

Todo esto no se resolverá con leyes, a pesar del quizá bien intencionado esfuerzo europeo: la abundancia de normas sobre privacidad, protección de datos, responsabilidad de las plataformas, derecho al olvido o protección de los autores, no dará resultados si no se abordan los problemas de fondo, culturales y éticos: afectan sobre todo al respeto de la persona.

 

En cualquier caso, a mi juicio, la democracia está en condiciones de superar las amenazas que la harían degenerar en demagogia, por imparable que parezca tanto algoritmo de inteligencia artificial, mientras no perdamos la fe en la dignidad humana.

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