Los obispos eméritos

El fallecimiento de monseñor Elías Yanes, un obispo activo intraeclesialmente hasta hace bien poco, pone en primera plana la cuestión de los obispos eméritos.

Según los datos de la Conferencia Episcopal en su página web, en España hay 84 obispos titulares y 34 obispos eméritos. En un par de años, los obispos eméritos llegarán a representar más de la mitad de los obispos titulares.

Los eméritos lo son, mayoritariamente, en razón de la edad. Hay un arzobispo emérito que no responde a esta causa. Caso, por cierto, complicado y no del todo aclarado.

La media de edad de los obispos eméritos es muy alta, su longevidad, comprobada. Es cierto que no se puede establecer una tipología de obispos eméritos. Los hay, muchos de ellos, que están en perfectas facultades; otros, impedidos. Hay quienes viven en residencias sacerdotales; otros en casas familiares o de las diócesis a las que han prestado sus servicios. Hay quienes tienen mucha presencia pública; otros, alguna o ninguna. A medida que pasa el tiempo, las fuerzas se van agotando y se reduce la actividad.

En términos generales, y dentro de las facultades de cada uno, los obispos eméritos prestan un servicio generoso y desinteresado tanto a las diócesis en las que han servido como a la Iglesia en su conjunto, incluida en la Conferencia Episcopal. Aunque, como suelen confesar, su primera tarea es la oración y el acompañamiento personal. También se les ve en conferencias, tandas de Ejercicios, charlas…

Respecto a los más recientes, sorprende que, respecto a algún obispo, no se esté aprovechando más su experiencia y su sabiduría. Si el Papa Francisco ha insistido en que la sociedad debe aprovechar la sabiduría de los ancianos, no se entiende que en la Iglesia no se ponga en valor esa experiencia. El Papa Francisco habla con frecuencia del descarte a los ancianos. Sería lamentable que en la Iglesia se produjera “un descarte” de y a los obispos eméritos.

Si por algo se caracterizan los obispos eméritos es por la libertad que practican. Una libertad necesaria incluso como conformadora de la opinión pública dentro de la Iglesia.  Una sana libertad, basada en la lealtad, regida por la conciencia, de palabra, de obra, de actuación, que, dentro de la prudencia y la experiencia de los años, confiere a su discernimiento un valor añadido. No en vano, los eméritos abandonaron hace tiempo las tentaciones de medro y protagonismo.

¿Qué ocurriría si en la Conferencia Episcopal se creara una especie de Senado de obispos eméritos al margen de las Plenarias?


 



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