El laicismo de la extrema derecha francesa

Mucha expectación existe en Francia sobre cómo se comportarán los elegidos del Frente Nacional en los cargos locales que van a ocupar tras las elecciones municipales. Si todos los partidos tienden a condensar en pocas frases sus propuestas de futuro, la extrema derecha es aún más lacónica y popularmente incisiva. A eso debe su triunfo, junto con la gran decepción ante la presidencia Hollande y, sobre, la notoria abstención.

Siempre me ha llamado la atención que, en Francia, con el gran prestigio cultural del catolicismo y de la Jerarquía episcopal –a mi entender, muy por encima de su estricto peso religioso‑, la incidencia de las convicciones religiosas resulte relativamente exigua en las consultas electorales.

Tengo a la vista, por ejemplo, una encuesta de 2012, poco antes de las presidenciales, sobre el comportamiento de los creyentes en la política. Compara el conjunto de la población francesa de más de 18 años con los católicos practicantes (el 15% de los ciudadanos). La proximidad política de los católicos hacia la izquierda llega al 29% (el conjunto, 50%); las proporciones se invierten respecto de la derecha (58 y 33, respectivamente), pero prácticamente coinciden ante el Frente Nacional (10 y 9), más aun que con relación al minoritario partido centrista (7 y 10).

Periodistas y políticos franceses son muy sensibles a la cuestión de la laicidad, especialmente viva en los últimos años. Pero da la impresión de que los católicos no lo tienen muy en cuenta cuando acuden a las urnas. Según el sondeo mencionado, les inquieta muchísimo más –en proporciones semejantes al resto de ciudadanos‑ el empleo, la seguridad, el poder adquisitivo, la política social, la reducción de la deuda pública, o la política nuclear. Sólo hay diferencia en algún punto, como la libertad de elección de la escuela (46% los católicos, frente al general 23%), la política familiar (43-31), el fin de la vida y la eutanasia (37-23), o el lugar de las religiones en el espacio público (29-21). Otra gran diferencia se daba en torno a la ayuda a los países del sur (22-9). No así, en cambio, respecto a las uniones homosexuales (20-14).

En materia de laicismo, muchos católicos apoyaron en su día a François Hollande, a pesar de su fuerte declaración escrita al Comité Nacional de acción laica en abril de 2012. Tildó a Nicolas Sarkozy de “presidente-predicador” que cuestionaba el consenso republicano respecto de la laicidad. Y proclamó su fe en la escuela pública neutral, así como en el monopolio del Estado en la colación de grados y títulos universitarios.

Quizá los votantes pensaban en otros objetivos, convencidos de que no habría cambios en este campo. Es ahora la gran acusación de Marine Le Pen; eliminó estos temas en su estrategia de campaña, pero ha lanzado ya una reforma típicamente municipal: el menú de las escuelas públicas no puede tener en cuenta creencias; por tanto, los comedores escolares, allí donde gobierne el Frente Nacional, volverán a servir, por ejemplo, carne de cerdo… El anuncio de Marine Le Pen parece importante, pues tiene diez alcaldes en ciudades grandes y más de un millar de concejales en el hexágono, incluido el control por primera vez en su historia de un ayuntamiento en Ile-de-France.

“No aceptaremos ninguna exigencia religiosa en los menús de las escuelas”, afirmó en su declaración del 4 de abril, porque, a su juicio, “no hay absolutamente ninguna razón para que lo religioso entre en la esfera pública: es la ley”. También fue explícita su acusación a muchos alcaldes de UMP y PS de “cerrar los ojos ante las violaciones de la laicidad” a fin de “ganarse la benevolencia de comunidades que podrían votarles”. Como suele suceder, el partido comunista se ha apresurado a denunciar “una ofensiva antimusulmana encubierta”, con su habitual cinismo, ciego para tantos ataques a judíos y, sobre todo, a cristianos.

Sin caer en confesionalismos, ni menos aún en clericalismos, la realidad es que ha disminuido la libertad religiosa en Europa, por decisiones del Parlamento y del Tribunal de Estrasburgo. Tal vez sea preciso tenerlo más en cuenta a la hora de votar el próximo 25 de mayo.

Salvador Bernal

 



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