La muerte de los padres

Personas mayores.
Personas mayores.

A partir de una edad, en condiciones normales, uno de los asuntos que suele preocupar, ocupar la cabeza y causar temor es la muerte de nuestros padres.

¿Cómo será?, quién les atenderá, en qué condiciones físicas y mentales llegarán. ¿Será largo el proceso? ¿Inesperado?. Si toda la vida para una persona y para un cristiano es un proceso de amar la voluntad de Dios, ese momento en la mitad de nuestra vida ocupa mucho desgaste mental y a veces miedos e incertidumbres.

Camus en su obra 'El extranjero', relata la noticia de la muerte de su madre, como un observador desde fuera; ni una lágrima, ni una oración, algún vago recuerdo de mamá. Una cierta idea de que la muerte nihilista no debe doler; cuando tú eres, ella no es, cuando ella es, tú no eres.

Hace once años murió la amatxo, y hace siete el aita. Cuento mi experiencia. Los hijos procuramos estar muy cerca de ellos. Mis hermanas y especialmente Isabel les cuidó con mimo, en el día a día, sacrificando proyectos personales. Hay que agradecer el trato de médicos y enfermeras, en un trabajo que va más allá de una ciencia, más bien un arte, que no entra en la nómina. Un hospital es siempre un micromundo de historias personales, de dolor, de tristeza, de vida de compasión, de asistencia espiritual de tantos sacerdotes y voluntarios.

Se me ocurren algunas cuestiones;

a) Vivir el día a día ; imaginar futuros es agotador y poco práctico; b) gestionar en familia la atención de los padres. Pasar un sueldo a quien les atiende directamente, procurar que esa persona descanse. Es triste comprobar que muchos no quieren saber de cargas y sí de repartos y herencias. Con las bajísimas tasas de natalidad hay problemas a medio y largo plazo para atender debidamente a los mayores.

b) Alguien me dijo, que lo que más premia Dios es la atención de los padres .Cuarto mandamiento.

c) Una sociedad es tanto más digna en la medida que cuida bien a sus hijos y a sus mayores.

“Hoy ha muerto mamá. O quizá ayer. No lo sé. Recibí un telegrama del asilo: «Falleció su madre. Entierro mañana. Sentidas condolencias.» Pero no quiere decir nada. Quizá haya sido ayer.”; así comienza el relato de Camus.

 

Cuando murió mi madre, recuerdo a mis hermanas de rodillas en el tanatorio, rezando y mándándole besos. Al llegar a casa, bendito genio femenino, ni se me pasó por la cabeza, se pusieron a oler la ropa que usaba la amatxo y decían entrecortadas: huele a la amatxo. Nada de nihilismos; sino vida y cariño.

Todo sucedió de modo diferente a cómo lo había imaginado tantos años. Cada uno tiene su historia. Y la vida ya no es la misma después de la marcha de los padres, que siguen trabajando y cuidando de nosotros. Para saber más, aquí.

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