La biblioteca de los clásicos

Libros.
Libros

Me decía una antigua alumna, buena lectora, amiga de las tertulias literarias, que ella solo compraba los libros que le habían gustado. Esta afirmación desconcierta a más de uno. ¿Si ya has leído un libro para que vas a comprarlo después? Si lo has leído es porque te lo han prestado o lo has sacado de la biblioteca de la universidad o la municipal del barrio. ¿Para qué vas a comprarlo? Para que lo lea un amigo lo puedes mandar al mismo lugar de préstamo.

A mí me gustó mucho la afirmación. Me parece que es una actitud de gran lectora. Es una persona que se da cuenta de lo que supone un buen libro. De lo que supone para mi vida, para la de mis amigos, el día de mañana para mis hijos. Los buenos libros son incombustibles, sirven para todas las épocas de la historia de los hombres. Dentro de 20 años lo volveré a leer con mucho gusto y dentro de 40 otra vez.

Esos libros que resisten las relecturas son los que se consideran, o llegarán a ser, clásicos. Hay otros muchos que nunca volveremos a leer. Por eso la actitud de esa alumna mía es muy coherente. Leo un libro porque tocaba ese mes en la tertulia, o porque me lo ha recomendado un amigo, o porque me llamó la atención en una lista de los más leídos, y luego vemos que no tiene provecho ninguno. Hay libros muy bien escritos, pero sin valores, sin fondo, que no dejan poso, y son esos lo que intuimos que nunca volveremos a leer. Hay otros que desearemos releer en algún momento de nuestra vida.

De ahí la importancia de la biblioteca. ¡Qué diferencia, en circunstancias como las que estamos pasando, entre tener una buena biblioteca o no tener más que tres o cuatro diccionarios o
libros de fotos! Y, en estos días, no es fácil conseguir nuevos libros. Siempre queda el electrónico, pero el electrónico no hace biblioteca. Como mucho tendrás una biblioteca en tu Tablet, pero evidentemente no es lo mismo. Los libros de verdad se ven al pasar.

Un profesor de literatura de la universidad, ya mayor y con mucha experiencia, me decía que “El Quijote” tiene al menos tres o cuatro relecturas. Que la que nos tocaba a él y a mí, por oficio y edad, era la relectura pedagógica. Lees pensando en lo que puedes enseñar -tantas cosas en la obra de Cervantes- en lo que aprendes de esa magnífica obra. Es muy distinta la primera lectura, en la que te quedas con las historias, de la segunda en que te quedas más con los personajes. Y lo mismo pasa con los demás clásicos, en una medida o en otra, y por eso son clásicos.

Ser previsor, a largo plazo, es cuidar la biblioteca. Algunos me diréis que no es fácil en las casas nuestras, donde se acaba pronto el espacio para libros. Puede ser un verdadero drama. En
ocasiones soy consciente de que para poner un libro más en los estantes disponibles, tengo que tirar uno de los que hay. Resulta muy duro, porque hay un cierto apegamiento, aunque es también la ocasión de hacer la auténtica criba. Hay libros que nunca los tirarías y son, precisamente, algunos que ya has leído. Quizá cuesta menos tirar uno que tenías ahí por si acaso.

Ya no digamos si a esos libros que llevan ahí años, al leerlos has puesto unos tímidos comentarios a lápiz, para no estropear mucho el ejemplar. Cuando después de treinta años se te ocurre releerlo, descubres aquellos comentarios y es especialmente emotivo descubrir, quizá, tus propios puntos de vista de entonces. Esto solo es posible cuando cuidamos la biblioteca como nuestro mayor tesoro.

 
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