Historia, religión y familia

En una ciudad polaca se ha organizado un ciclo de conferencias con un título que incluye las palabras que encabezan estas líneas, seguidas de estas palabras: “tres valores a recuperar en Polonia”. A recuperar, no sólo en Polonia, sino en toda Europa y también, y muy especialmente, en España. Y no como “valores”, que cada uno tiene los suyos, y nadie sabe exactamente en qué consiste el “valor” que cada uno tiene, y al que cada uno le da el significado que se le ocurre hoy, o se le ocurre mañana.

“Valor”, aparte del significado que le vincula a “valiente”, es una palabra en la que cabe todo lo que se le ocurra a quien la use, en el sentido más subjetivo y sentimental. Sobre esto volveremos en otro escrito.

Historia, religión y familia, no son sencillamente “valores”, son realidades llenas de vida, verdades que necesitan, sin duda, ser restablecidas en su verdadero significado, si queremos vivir en una sociedad acogedora y pacífica, y amar la tierra en la que nos han engendrado nuestros padres, en la que Dios ha previsto nuestro nacimiento.

Historia, y no “memorias históricas” al uso de cada cual. Y en España, por ejemplo, su historia real sería imposible de entender si nos olvidamos de los romanos, de los visigodos, de la Reconquista, del descubrimiento de América y su Evangelización, de la vuelta al mundo, de las Filipinas, de todo nuestro siglo de oro, de las catedrales que levantaron la Fe de nuestros antepasados, de los santos y santas y hasta de la Escuela de Salamanca, etc., es imposible de entender. Sería, en definitiva, una historia “del descarte” de su propia identidad, de su propia realidad.

Religión, y me refiero a la revelada por Dios mismo, la cristiana, que nos vincula a Cristo Nuestro Señor, Dios y hombre verdadero, que fundó la Iglesia, una, santa, católica y apostólica, para que transmitiera íntegra esa religión por los siglos de los siglos. Cristo nos ha manifestado el Amor de Dios Creador y Padre.

En las circunstancias actuales en Occidente, es muy necesario recordar la realidad del pecado, el rechazo del hombre de la ley moral que Dios le ha dado para caminar por la tierra y llegar al Cielo. De ese pecado Cristo ha venido a redimirnos.

Si nos limitamos a considerar la religión como una serie de comportamientos sociales, para cumplir una indicaciones externas; convertiríamos las celebraciones litúrgicas, en asambleas populares, comunitarias; y no en encuentros con Dios, con Cristo, en el Espíritu Santo. que abren al hombre a la vida eterna, plenitud de la relación de Dios con el hombre, del hombre con Dios; No viviríamos la cercanía de Cristo en los Sacramentos que nos hacen fuertes ante el pecado, que nos ayudan a dar sentido al sufrimiento, que nos invitan al arrepentimiento, a pedir perdón, que nos recuerdan la existencia del infierno, y nos preparan para la alegría eterna del Cielo.

Así reducida, la religión no pasaría de ser una cierta acción socio-cultural que se convertiría en una cultura “del descarte”, una religión del “descarte” de Dios, del descarte de Cristo, del descarte de la Vida eterna.

Familia, si no recuperamos la verdad fundamental de la realidad de la familia: hombre y mujer, abiertos a la vida, la palabra familia pierde todo sentido y significado. Todo su aroma. Ya no sería un cauce para que el amor de Dios regara todos los caminos del mundo; ya dejaría de ser el camino para dar vida a tantas criaturas que está esperando la voz de Dios para venir al mundo. Los hijos no se “producen”; se engendran; y sólo de un padre, de una madre, aprenden a amar y a sufrir amando, que necesitan para el camino de la vida.

 

Historia, religión, familia. Descubramos de nuevo estas realidades que iluminan el corazón y la mente de las personas, y llegaremos a aprender a vivir en paz y concordia.

ernesto.julia@gmail.com

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