La estremecedora carta de monseñor Asenjo

Juan José Asenjo Pelegrina, Arzobispo de Sevilla.
Juan José Asenjo Pelegrina, Arzobispo de Sevilla.

No sé si el Papa va a nombrar pronto nuevo arzobispo de Sevilla. Lo que sí sé es que la carta de monseñor Juan José Asenjo, estremecedora, es una especie de grito de socorro eclesial que no debe pasar inadvertido.

Me refiero, como no puede ser menos, a la carta que monseñor Asenjo ha escrito, destinada a la diócesis, en la que narra el proceso de agravamiento de su enfermedad y confiesa que “he pedido a la Santa Sede que acelere el trámite de mi sustitución”.

He leído en algunos sitios webs, de esos que se las dan de progresistas, que esta carta es síntoma de la inhumanidad de la estructura eclesiástica, de la falta de sentido de la institución, consecuencia de una estructura jerárquica, y etcétera, etcétera.

Todo es mucho más sencillo, o quizá más complicado. En primer lugar, esta misiva nace de la personalidad de don Juan José. Un hombre, en apariencia distante y frío, pero de una profunda humanidad, con una espiritualidad honda, más sensible de lo que manifiesta, de fe recia y de formas castellanas que no ha perdido entre la gracia sevillana. A don Juan José hay que conocerle en los momentos difíciles. En este sentido no voy a recordar algunos que viví de cerca cuando él estaba en la Conferencia Episcopal.

Por cierto que la carta contiene algunas expresiones de ternura espiritual significativas, como la del rezo del rosario o la devoción a Nuestra Madre.

Pero la carta también es consecuencia de un complejo proceso que ha convertido a Sevilla en la feria de las complicaciones. Sevilla, en este sentido, es, en gran parte, Andalucía. Sevilla es la historia reciente, el pasado inmediato. Y ahora estamos en una época en la que hay quienes están empeñados en dar un paso atrás en la historia, incluso en una especie de venganza, vendetta, basada en el resentimiento. Los que no hicieron la digestión del nombramiento de don Juan José han complicado hasta extremos insospechables un proceso que, siendo natural, podría haber sido más sencillo.

Hay que tener en cuenta que la sustitución de Sevilla, de por sí, no es fácil. No hace falta remontarse el cardenal Segura, ni a Bueno Monreal, ni al cardenal Amigo, ni a los diversos auxiliares que tuvo Sevilla.

Ni a la riqueza de su catolicismo, especialmente relevante para la Iglesia universal en lo que se refiere  a la piedad popular y el patrimonio. Estos elementos, con otros, hacían si cabe más nítido el perfil del nuevo arzobispo.

Lo que ocurre es que han aparecido las manos blancas, o negras, que quieren convertir a Sevilla en el capo de experimentación, que no es solo el de Agramante, de una Iglesia que no existe nada más que en la interpretación de lo que es este pontificado.

 

Por cierto, Sevilla tiene uno de los núcleos de intelectualidad católica seglar más importante de España, con pensadores, profesores, de primera línea. Hombres y mujeres de doctrina segura y de compromiso contrastado. Un núcleo que ha colaborado, en fidelidad, con don Juan José. No voy a  dar normes, ni a poner apellidos, para no hacerles un flaco favor. ¿También se quiere acabar con eso? 

Para ir al grano: que emerja el progresismo eclesial de los años sesenta y setenta, mezclado con las ideologías políticas y con la deconstrucción de una forma de catolicismo, no es una consecuencia obligada del pontificado del papa Francisco. Ni tampoco el pontificado es una sociedad de bombos mutuos. No quiero mezclar las realidades, pero alguien se tendría que dar cuenta de que el nuevo arzobispo de Sevilla lo será de una sociedad que ya no es patrimonio del socialismo, sino de una pluralidad emergente que ha experimentado lo que significa determinada forma de influir la política en la sociedad.

Quizá don Juan José quería decir también esto. Porque su sufrimiento no es solo físico, es de otro orden. Un sufrimiento redentor, sin duda. 

                       

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