También la comunidad anglicana mira a Roma con esperanza

Hace poco más de un año, el anterior arzobispo de Canterbury, Rowan Williams, acudió a Roma, para despedirse de Benedicto XVI. Durante esa visita, rezaron juntos las vísperas en el monasterio de Camaldoli, en la Iglesia de San Gregorio al Celio: allí vivió y fue prior san Agustín de Canterbury, principal evangelizador de Inglaterra.

Muchos recuerdan la cordial acogida durante la visita del anterior pontífice a Inglaterra y Gales en 2010, en la que beatificó al cardenal Newman. Frente a quienes intentan acentuar las diferencias, prevalece el diálogo, también en cuestiones difíciles, que la jerarquía ha llevado siempre con máxima delicadeza: desde las conversiones de anglicanos al catolicismo, hasta la creación de los Ordinariatos personales para los grupos de fieles que desean entrar juntos en la Iglesia católica, conservando sus tradiciones litúrgicas (decisión de Benedicto XVI, bien entendida por la iglesia de Inglaterra).

Recién elegido, Justin Welby admitía en una entrevista a la BBC las dificultades de su mandato al frente de una Iglesia profundamente dividida por la ordenación de mujeres como obispos y la homosexualidad. En este punto, cuando comenzaba el debate parlamentario británico, afirmó con claridad: "el matrimonio es y sigue siendo la unión entre un hombre y una mujer".

El arzobispo de Canterbury había tenido hasta ahora sólo relaciones epistolares con Francisco, pero manifestó públicamente en su momento el deseo de conocerlo personalmente. Le valora como intelectual y, sobre todo, como una persona "increíblemente sencilla, pastoral y con los pies en la tierra".

Por su parte, en la carta que le escribió el pasado mes de marzo, Francisco acentuaba también el deseo de conocerle pronto, para "continuar las calurosas relaciones fraternas que vivieron nuestros predecesores". "El ministerio pastoral –expresaba el obispo de Roma‑ es una llamada a caminar en la fidelidad al Espíritu de nuestro Señor Jesucristo".

Lo había acentuado Benedicto XVI en el mensaje que envió en febrero al recién elegido como nuevo primado de la comunidad anglicana: daba gracias a Dios por los vínculos consolidados en las últimas décadas entre católicos y anglicanos, y señalaba que el comienzo de esa nueva responsabilidad coincidía con "un momento en que la fe cristiana está siendo cuestionado en muchos lugares del mundo occidental, por parte de quienes sostienen que la religión es un asunto privado, sin nada que aportar a los debates públicos".

"Los ministros del Evangelio de hoy -continuaba el Papa Ratzinger- deben responder a una sordera generalizada con respecto a la música de la fe, y a una fatiga general que rehúye de los deberes propios del discípulo. Sin embargo, el hambre de Dios, aunque no se reconozca, está siempre presente en nuestra sociedad, y la tarea de predicar el Evangelio, como mensajero de esperanza, es afirmar la verdad en amor, llevar la luz de Cristo a la oscuridad de la vida de las personas". "Que vuestro apostolado –concluía- produzca una rica cosecha y abra los ojos y los oídos de muchos al mensaje vivificante del Evangelio". Palabras sinceras de aliento para quien recibía una comunidad de creyentes que han disminuido en los últimos decenios, dentro de ambientes sociales cada vez más escépticos y secularizados.

Se comprende que el Papa Francisco recibiera a Justin Welby el 14 de junio con las mismas palabras de Pablo VI a Michael Ramsey: "Sus pasos no resuenan en una casa extranjera... Nos alegramos de abrirle las puertas y con ellas, el corazón... y de acogerle no como huésped o forastero, sino como conciudadano de los santos y de la familia de Dios".

Ciertamente, hay muchos ámbitos de colaboración –para dar a conocer el Evangelio o avanzar en el compromiso con la justicia‑, pero Francisco reiteró un punto esencial del diálogo ecuménico: el afán por la unidad entre los cristianos "no se deriva de razones de orden práctico sino de la voluntad misma del Señor Jesucristo que nos ha hecho hermanos suyos e hijos de un único Padre. De ahí que la oración que rezamos juntos sea de importancia fundamental". Y, como evocó el obispo de Roma, "habiendo iniciado nuestros respectivos ministerios a pocos días de distancia uno de otro, tendremos siempre un motivo particular para ayudarnos mutuamente rezando": nuevas razones para crecer en la esperanza.

 
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