¿Castigo, o sufre Cristo con nosotros?

Cementerio de La Almudena.
Cementerio de La Almudena.

“Cerraron sus ojos/ que aún tenía abiertos, taparon su cara/ con blanco lienzo/ y unos sollozando, / otros en silencio, / de la triste alcoba/ todos se salieron/ (…) Ante aquel contraste/ de vida y misterio, / de luz y tinieblas, / yo pensé un momento:/ ¡Dios mío, qué solos/ se quedan los muertos!”

Hace pocos días, al dar la Unción de los enfermos a una persona a quien sus propios familiares daban ya pocos días de vida, me vinieron a la memoria estos versos de Bécquer.

Recordé al enfermo que Quien le iba a dar el Sacramento era el mismo Cristo, yo lo hacía en su nombre, y que el Señor quería acompañarle en sus sufrimientos, no dejarle solo nunca y estar con él en lo que le quedaba de su caminar en la tierra.

Después de pedir perdón por sus pecados viviendo también el sacramento de la Confesión, de la Reconciliación, que había abandonado muchos años atrás; y recibir la Unción y la Eucaristía, el hombre se quedó con mucha paz. Sabía que si se moría, el Señor no le dejaría de su mano. No se quedaría solo; y así fue.

Después de despedirse de los suyos, esbozó una sonrisa y murió. No podemos negar que hay muchas personas desconcertadas ante el sufrimiento provocado por un organismo como el coronavirus, y piensan que es un castigo de Dios, porque hemos pecado. Hay quien recurre a los castigos anunciados en el Apocalipsis, para explicar un castigo paternal de Dios. Debo confesar que tengo mis profundas dudas de que esas palabras de la Escritura se puedan aplicar sin más a una situación como la actual, producto de un “desastre biológico” –si se puede llamar así-, que tiene sus propias leyes, como sucede con tantos otros acontecimientos naturales: terremotos, inundaciones, etc., etc.

Algunos comentan, incluso, que Dios, en su misericordia nos da lo que necesitamos: un virus, una epidemia, un terremoto, etc., para que reaccionemos y dejemos el pecado. Sin descartar en modo alguno el castigo de Dios que quiere corregirnos como un buen padre hace con sus hijos cuando lo necesitan, me inclino a pensar que esta pandemia es una ocasión que el Señor quiere que aprovechemos para darnos cuenta de que Él mismo, Dios y hombre verdadero, sufre y padece por
nosotros para redimirnos del pecado, y nos acompaña en nuestro sufrimiento para que descubramos el Amor que le ha llevado a la Cruz.

Ante estos acontecimientos pienso que el Señor nos da la gracia –si la queremos recibir como Dimas- para que nos demos cuenta de que nuestra vida vale la pena; y que tiene valor a los ojos del mismo Dios.

El hombre, la mujer, tiene la posibilidad de descubrir con la gracia de Dios en la acción de este casi invisible microorganismo, que nuestra vida no es una banalidad; que nuestra vida tiene un sentido. Si nos paramos ante la Cruz de Cristo, y unimos nuestro sufrimiento al Suyo, que ha padecido y muerto para redimirnos del pecado y salvarnos de la muerte eterna, descubriremos que nuestra vida vale la
pena; y daremos gracias eternamente al Señor de haber sufrido con Él, por Él, en Él., y de haberle pedido perdón por nuestros pecados, al verle clavado en la Cruz.

El buen ladrón dará gracias eternamente a Dios, por haber acompañado a Cristo, por haber sufrido con Él, en su subida al monte Calvario. Ese sufrimiento, y poner los ojos en Cristo, le llevó a descubrir que el Señor estaba muriendo también por él. “Acuérdate de mí cuando estés en un tu reino”.

 

Dimas, ante la cruz de Cristo, se planteó el verdadero problema del hombre: la Vida y la Muerte. No fue tiempo de banalidades; de encogerse de hombros y “qué más da”. Una ocasión como esta pandemia es el momento de clamar a Dios, en su Hijo Jesucristo, que se ha encarnado, ha muerto y ha resucitado por nosotros.

Algunos se quejan de que en la Iglesia se habla hoy mucho de la necesidad de “renovar la sociedad”, de solucionar los problemas de la convivencia humana, de llegar a una paz entre las naciones, entre las múltiples religiones, etc., y se habla poco, y en términos moralistas e indeterminados, de ese afán que el mismo Cristo nos manifestó: “Cuando sea levantado en lo alto atraeré a Mi todas las cosas” ; o
sea, que se hace necesario recordar que el sufrimiento actual nos invita a mirar a Cristo Crucificado, como el Buen ladrón, descubrir su Amor y arrepentirnos de nuestros pecados y unir nuestros dolores a los suyos, ayudándole a llevar la Cruz para la salvación. Así, dicen, la Iglesia se manifestaría, verdaderamente, como la Ciudad de Dios en la tierra.

El sufrimiento familiar se agranda al no poder enterrar a sus muertos con la compañía humana del pésame y el duelo; y tampoco estar presente el consuelo de Dios en los funerales.

La familia del hombre que murió acompañado de Cristo en los Sacramentos, se quedó con mucha pena, es cierto, y a la vez con mucha paz.

No se quedan solos los muertos que mueren en el Señor.

ernesto.julia@gmail.com

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