Santiago Rodríguez, la última víctima de una falsa libertad de expresión

El problema de Internet es el anonimato. Escondidos tras las pantallas de sus ordenadores, con un pseudónimo y una fotografía más o menos retocadas, muchos tuiteros se transforman en terroristas verbales cuando, posiblemente, nunca utilizarían tales términos en una conversación cara a cara.

El último en sufrir el ataque de un enjambre de tuiteros ha sido el actor Santiago Rodríguez, el frutero de SIETE VIDAS, que ha hecho pública en más de una ocasión su fe católica y no tiene temor alguno en transmitir su cercanía al Opus Dei. Y esos, precisamente esos, han sido los detonantes de los ataques.

De ahí se concluye que hemos malinterpretado el concepto de libertad de expresión en la red. Que en Internet publicar 140 caracteres sea tarea sencilla no otorga patente de corso para acabar con los derechos que reconoce nuestra Constitución. No se puede olvidar que al tan cacareado de la libertad de expresión se le oponen otros, no menos importantes, como el derecho de las personas a su dignidad y su propia imagen o la libertad religiosa y de culto.

La red, que es sinónimo de libertad, no se puede convertir, por culpa de los extremismos, en el campo de batalla de las mentiras y de las falacias amparadas en un relativismo que admite como verdadero lo que no lo es.

Zenón de Elea

 

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