Malos tiempos para la teología

Parece que no corren buenos tiempos para la teología académica, con lo que esto significa en la vida de la Iglesia. Está claro lo que pasa en una Iglesia sin fe, ¿y sin teología?

Cuestión que tiene su incidencia hasta en el nombramiento de obispos. Es curioso pensar que un obispo no tiene porqué ser un teólogo, pero no sé si lo puede ser sin tener un conocimiento suficiente de teología. ¿Y dónde esta esa suficiencia? No olvidemos que Santa Teresa de Jesús prefería a los sacerdotes doctos. Por algo será. Aunque está claro que no solo doctos.

Ojo a esta cuestión en la futura configuración del episcopado español en los próximos años.

En cierto sentido, después de la eclosión del pontificado del Papa Benedicto XVI, estamos inmersos en una época en la que prima lo social, por tanto, la experiencia “práxica” frente a un proceso de inteligencia de esa experiencia desde la fe, aplicando la razón a los procedimientos, base del terreno común con la sociedad en el que estamos inmersos.

No creo que haya que achacar este momento de valle en la estadística a la forma e influencia del ejercicio del primado por el Papa Francisco, al margen de los que el Papa pueda pensar de los teólogos. Quizá responda a un movimiento más amplio, a una perspectiva de ángulo de visión más abierta.

La teología de nuestro tiempo se desarrolla como movimiento creativo y renovador de la teología precedente, la del siglo XX. Y ahí está la cuestión.

Si miramos a la historia de la Iglesia y de la teología, hay una serie de momentos cruciales, de explosión de creatividad teológica indiscutibles.

Podemos hablar de cuatro momentos, cuatro siglos estelares: el siglo IV y su prolongación en el V (Atanasio, Basilio, Gregorio de Nisa, Hilario, Agustín…).

El siguiente es el siglo XII y su consumación en el XIII (Pedro Abelardo, Bernardo de Claraval, Hugo y Ricardo de san Víctor, pedro Lombardo, Tomás de Aquino, Buenaventura).

 

El siglo XVI, anticipado en algunos lugares y por algunos en el XV (desde Lorenzo Valla, Juan Luis Vives, Erasmo, Melchor Cano, Roberto Belarmino y los santos y místicos Juan de Ávila, Ignacio, Teresa…).

Y el siglo XX con una acentuada conciencia histórica (Rahner, de Lubac, Von Balthasar, Congar, Ratzinger, Gesché, Grillmeier, Schlier…), sin olvidar a los grandes del XIX que hicieron posible el XX (Newman, Escuela de Tubinga).

Lo que plantea que el siglo XXI vive aún de la herencia del XX. Un patrimonio que no se ha consumado y que no se ha llevado hasta su máxima expansión y expresión.

Las ideas renovadoras y geniales tardan en fraguar. El XXI será digno heredero del XX en la medida que permita la renovación planteada por el XX y no la cercene, obstaculice u ocluya.  




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