¡Mahoma ha venido a la montaña, ha venido a vernos!

Las noticias acerca de la llegada a Europa de nuevos refugiados y de su situación son continuas. La hemorragia de desplazamientos que mana de las heridas abiertas en los conflictos de Siria, Irak, Afganistán, República Centroafricana y Sudán del Sur ha batido todos los récords en 2015. Y, según ACNUR, a menos que los conflictos de Siria, Yemen o Libia se resuelvan, esta hemorragia crecerá en 2016 en un éxodo que ya supera al de II Guerra Mundial. Los refugiados forman un grupo multicultural cuyo mayor contingente lo forman los musulmanes.

Hace más de quince años que el fallecido arzobispo de Bolonia, Monseñor Giacomo Biffi, señaló la cuestión de la inmigración como uno de los desafíos más difíciles de nuestro tiempo. Pedía entonces al Estado italiano que gestionara la inmigración de tal modo que Italia salvaguardara su identidad propia. Consideraba que era  preferible que entraran aquellos cuya cultura fuera más compatible con aquella que les iba a recibir, lo que no excluía la solidaridad con los recién llegados, pero apuntaba a los musulmanes como los que más problemas podrían plantear. En el año 2004 se reafirmaba en esta última idea y recalcaba cómo la antropología y los valores islámicos son radicalmente distintos de aquellos sobre los que está edificada la sociedad europea, como las libertades individuales o la concepción de la familia. Para el cardenal, a Europa solo le quedaban dos opciones ante el escepticismo cultural vigente que no resistiría el asalto ideológico del islam: o volver a ser cristiana o volverse musulmana. Ni que decir tiene que las afinadas palabras del arzobispo fueron mal interpretadas y muy criticadas.

Esta semana, el Vicario Apostólico de los latinos de Alepo, Monseñor Abu Jazen, ha llamado a reflexionar a los gobiernos y ciudadanos europeos acerca del signo de los tiempos que es, en realidad, esta crisis de inmigrantes forzados, que algunos ya denominan invasión. «En cuanto a los musulmanes, no hay que tener miedo, sino dar testimonio del Evangelio. Esto es un signo de los tiempos, porque antes, los misioneros del viejo continente iban por todo el mundo. Ahora, de todas partes del mundo, van donde vosotros, a Europa, y es tarea vuestra anunciar la Buena Nueva», nos ha dicho.

En otras palabras más triviales, pero no por ello menos ilustrativas, se ha cumplido el adagio de Sir Francis Bacon: como la montaña no ha ido a Mahoma, Mahoma ha venido a la montaña. Aunque parece ser que el canciller inglés lo dijo con otra intención, la de acabar con la superstición, la sabiduría popular lo ha entendido de la misma manera que nos sugiere la mirada profunda de los prelados sobre la crisis migratoria: salir al encuentro del otro, es decir, tomar la iniciativa. Como no salíamos a ver a Mahoma, Dios ha permitido que venga a vernos. Nos lo ha puesto en bandeja. Ahora  podemos darle a conocer, como también decía el cardenal Biffi, la verdadera identidad de la humanidad de la que el inmigrante quiere formar parte. El gobierno de los Emiratos Árabes Unidos ha creado esta misma semana un Ministerio de la Felicidad con el fin de generar la bondad social y la satisfacción como valores fundamentales de su país. En la montaña europea podemos mostrar ahora a Mahoma la verdadera identidad de esa humanidad que procura la felicidad plena. Solo hay que ponerse a ello.

 
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