Invitación a los agnósticos

"Las personas que sufren a causa de nuestros pecados y tienen deseo de un corazón puro, están más cercanos al Reino de Dios que los fieles rutinarios, que ya solamente ven en la Iglesia el boato, sin que su corazón quede tocado por la fe".

Esta frase de Benedicto XVI en la homilía de la Misa celebrada en el aeropuerto de Friburgo, en su reciente viaje a Alemania, ha dado, trastocada y maltrecha, la vuelta al mundo; como si el mensaje del Papa fuera que el agnóstico está más cerca de Dios que un fiel rutinario. Mensaje que, obviamente dicho así, está muy lejos del pensamiento de Benedicto XVI.

¿Qué encierran esas palabras?

A alguno le habrá venido a la cabeza la figura de Miguel de Unamuno, de Juan Ramón Jiménez, y de tantos otros escritores que en sus debates para vislumbrar la divinidad de Cristo, la clara presencia de Dios en la tierra, conjugaban el personal agnosticismo con la personal angustia, por que no tenían paz. Y no dejaban, sin embargo, de seguir buscando, clamando a "un Dios desconocido".

En sus escritos palpita el ansia de infinito que late en el espíritu de toda criatura de Dios; un pálpito que busca el rostro de Dios, la mirada de Dios. Quien busca está, ciertamente, cerca de la persona a la que busca, porque, de algún modo, ya la tiene en el corazón.

Las palabras de los que "sufren por nuestros pecados y tienen deseo de un corazón puro", nos llevan a todos los que soportan y padecen los escándalos y los pecados de quienes tenemos el tesoro de Cristo, y no transmitimos su luz con nuestra conducta. ¿Qué rostro de Dios puede transmitir un sacerdote, un laico, un cristiano corrompido, que no se arrepiente? ¿Cómo podemos dar ejemplo de la Presencia Real de Cristo en la Eucaristía, si no nos arrodillamos ante el Sagrario?. El silencio de la adoración después de la tormenta de Cuatro Vientos es un elocuente reflejo de la Fe que llenaba los corazones jóvenes.

El sufrimiento, con el deseo de un corazón puro, que sufre y perdona, siempre acerca al corazón misericordioso de Dios, y tarde o temprano, lo encuentra. Y al encontrar a Dios, se encuentran con que su propio corazón se ha convertido en "un corazón abierto, que se deja conmover por el amor de Cristo, y así presta al prójimo que nos necesita más que un servicio técnico: amor, con que se muestra al otro el Dios que ama, Cristo". El deseo de servir a todos los hombres, a todos sus hermanos en el Señor.

Los "fieles rutinarios" de los que se habla el Papa, no son más que un eco de los "fariseos" de los que tantas veces se lamentó Cristo. Para ellos, la Iglesia es apenas "boato"; espectáculo y ocasión para cumplir simples reglas sociales.

El corazón de estos "fieles" está a oscuras, no ama, porque la luz de la Fe no está encendida en ellos. Su Fe se ha convertido en esa Fe de la que se lamentó el Papa en Alemania: "una fe creada por nosotros mismos no tiene ningún valor".

 

No es ésa la Fe que ha sostenido a los fieles de la Iglesia en el pequeña región de Eischeld: sus habitantes son católicos desde muchas generaciones: han sobrevivido a la Reforma; al ateismo "ilustrado" -¿puede ser verdaderamente ilustrado el ateismo?-; a las dictaduras del nazismo y del comunismo; y a la apatía e indiferencia de hoy.

"Agnósticos que no encuentran paz por la cuestión de Dios". Agnósticos por los que el Papa y con él toda la Iglesia –vivificada siempre de fieles no-rutinarios-, reza para que un día vean la luz, y encuentren la paz de Cristo.

Ernesto Juliá Díaz

ernesto.julia@gmail.com

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