Con Francisco desde Fátima

El Papa acaba de llevar a Fátima los sufrimientos y esperanzas de la Iglesia en estas décadas depositando junto a la Virgen unas rosas que tienen espinas. Vuelve al lenguaje de la esperanza por ser el único que conoce, afortunadamente, es decir, la alegría del Evangelio, la buena nueva de que Dios está a favor de los hombres. No somos un fallo en la creación divina sino hijos de Dios en Cristo, que pide a su Madre Santísima la mediación maternal necesaria para que lleguemos al Cielo.

Una rosa de oro

El primer día Francisco ha dirigido una oración muy personal a la Virgen de Fátima en presencia de trescientas mil personas pues ya había declarado que “este es un viaje un poco especial. Es un viaje de oración, de encuentro con el Señor y con la Santa Madre de Dios”. Al final “el obispo vestido de blanco” ha ofrecido a la “Señora de la túnica blanca” una rosa de oro mientras la miraba con singular intensidad.

El mensaje de la Virgen es fuerte y admonitorio –no es para menos la visión del infierno a los niños para que fueran altavoz ante los mayores- y sin embargo no es catastrofista. Por ello Francisco ha rechazado algunas interpretaciones de los secretos, algo comprensible pero no apropiado, porque implica considerar a Jesucristo como juez implacable cuando en realidad antepone la misericordia al juicio. Añade que “cada vez que miramos a María volvemos a creer en lo revolucionario de la ternura y del corazón”.

Contrasta esta joya de oro con la bala engarzada en la corona de la Virgen, la misma con que intentaron matar a Juan Pablo II quien,  como es sabido, quiso ofrecerla el 13 de mayo de 1982, en la misma fecha que sufrió el atentado. Son dos recuerdos especiales a modo de signos del mal que destruye la vida y del bien que acaba por triunfar porque Dios no pierde batallas.

Conversión

Reunir a quinientas mil personas en la explanada de Fátima para la canonización no es tarea fácil aunque lo parece porque cada uno de los peregrinos tiene el motor propio de la fe. No se les ofrecen utopías ni victimismos baratos sino una sola palabra pronunciada por la Virgen: “conversión”. Se trata de algo que solo puede entender los niños como Francisco y Jacinta recién canonizados, y Lucía que lo será más adelante por ser la última que se ha encontrado definitivamente con la bellísima Senhora. Y también los que se hacen como niños de corazón limpio.

Muchos sabios y poderosos viven en su mundo guerreando contra Dios, como todavía hace el extremismo revolucionario formando horquilla con el laicismo de guante blanco que no pierde ocasión de desprestigiar a la Iglesia. Sobre ellos resbala esa palabra “conversión” porque no dejan entrar la luz de la verdad ni el amor de Dios. Son personas huérfanas de Madre que han puesto su esperanza sólo en dominar el mundo; también por esos ha pedido el Papa Francisco.

Desde Fátima, en esta ocasión especial pero desde el Vaticano habitualmente, el Papa Francisco hace política en el sentido de trabajar por el bien común de todos –cristianos y no cristianos- con una antropología integral que cuenta con el alma como núcleo de la persona libre e hija de Dios. Por eso representa la mayor autoridad político-moral del planeta; y hacemos bien cuando escuchamos sus palabras y queremos practicarlas, conscientes de que con el Papa seguimos a Dios y servimos sin complejos a todos los hombres.


 
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