Esperanza de...cielo

1.- Al terminar la Santa Misa en Casa Santa Marta del Vaticano el 14 de marzo de 2017, saludaron al Papa Francisco los sacerdotes concelebrantes y una parroquia romana, con su párroco a la cabeza, después se acercó una señora y le dijo:

Tengo un peso en el alma. Los ojos se clavaron, unos en otros.

La señora continuó: esta es mi familia, mostrándole una foto de hacía años con sus padres y los nueve hermanos. El Papa les bendijo.

Continuó: mi madre, señalándola, murió con 40 años y... nos dejó.

Después, este pequeño –y señaló al benjamín, que cuando murió mi madre tenía 6 años- falleció con 33 años, de un modo trágico.

Después éste –y señaló a otro hermano-  mi compañero, mi queridísimo hermano, lo encontré muerto en su casa hacía 3 días.

Al año siguiente murió éste –y señaló a otro- también de repente...

¿Puedo tener esperanza de gloria?, le preguntó.

El Papa había ido poniendo cara de dolor, compartiendo con esa buena mujer su tragedia... Y ante tal pregunta, unos ojos clavados en los otros. Le respondió: por supuesto, ni lo dudes... La duda le ofende.

 

Pero ¿y la gracia?, le increpó la mujer.

¡La gracia es Él!

Al salir de la Capilla, la mujer lloró, lloró y lloró... ante el cuadro de la Virgen de los Nudos de la entrada, hasta que se fueron todos. Y, tranquila, se quedó a solas con Ella.

Recordó de nuevo que su hermano pequeño, al fallecer, asía fuertemente en las manos un Crucifijo. Devoción que aprendieron de su buen padre, que se quedó viudo con cincuenta y pocos años y nueve hijos, y dio la vida por ellos.


2.- El Papa Francisco dijo en Twitter el 8 de noviembre de 2017: Sólo la fe puede transformar el final de nuestra vida terrena en el inicio de la vida eterna.


3.- En la Audiencia General del 25 de octubre de 2017, al terminar la catequesis sobre la esperanza, el Papa Francisco afirmó: El Paraíso es el abrazo con Dios, Amor infinito y entramos gracias a Jesús, que murió en la Cruz por nosotros. El Paraíso es la meta de nuestra esperanza. No existe ninguna persona, por muy mala que haya sido en la vida, a la que Dios le niegue su gracia, si se arrepiente. Ante Dios, nos encontramos todos con las manos vacías, pero esperando en su Misericordia.

En el Calvario de ese viernes trágico y santo, Jesús llega  al extremo de su encarnación, de su solidaridad con nosotros, pecadores. Es allí, en el Calvario, donde Jesús tiene la última cita con un pecador, para abrirle, también a él, las puertas de su Reino. Esto es interesante: es la única vez que la palabra “paraíso” aparece en los evangelios. Jesús se lo promete a un “pobre diablo” que en el madero de la cruz tuvo el valor de hacerle la más humilde de las peticiones: “Acuérdate de mí cuando entres en tu reino” (Lc 23,42). No tenía buenas obras que ofrecerle, no tenía nada, pero confiaba en Jesús, al que reconoce como inocente, bueno, tan diferente de él (v. 41). Y fue suficiente esa palabra de humilde arrepentimiento para tocar el corazón de Jesús. ¡Hoy, estarás conmigo en el Paraíso! El buen ladrón nos recuerda nuestra verdadera condición ante Dios: que somos hijos suyos, que siente compasión por nosotros, que está desarmado cada vez que le manifestamos la nostalgia de su amor.

En las habitaciones de tantos hospitales o en las celdas de las prisiones, este milagro se repite infinidad de veces: no hay nadie, por muy mal que haya vivido, al que solo le quede la desesperación y le esté prohibida la gracia.


4.- Y entre medias, la Virgen: “Corazón Dulcísimo de María, sed la salvación del alma mía”. “Muéstranos a Jesús, fruto bendito de tu vientre, ahora y en la hora de nuestra muerte”, pidámosle a la Virgen. Y el prototipo de la oración de la esperanza: la oración del Ángelus: “Que seamos llevados, por los méritos de su Pasión y Cruz, a la gloria de la Resurrección. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén”.


5.- En el revuelo posterior a los dos Sínodos de obispos sobre la Familia de 2014 y 2015 sobre si los divorciados que conviven maritalmente podían o no comulgar, eché en falta añadir “salvo en peligro de muerte” que no se dijo nunca, para que sea una verdad grabada a fuego en el alma que cada cual recuerde llegado el momento, sea cual sea su situación.

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