La renuncia de Benedicto XVI y el peso del Pontificado

"Sólo con los ojos de la fe se puede comprender el amor del Papa a la Iglesia y a sus hijos e hijas, en el momento de su renuncia a 'la sede de Pedro'". Con estas palabras mostraba el cardenal arzobispo de Madrid, Antonio María Rouco Varela, su agradecimiento a Benedicto XVI.

Y es que, cuando el tiempo va asentando la noticia de la renuncia del Papa, realidad tan prevista por la Iglesia que figura en su legislación, queda el poso de lo que para los católicos significa.

No se trata solo de que toda la comunidad de creyentes se vuelque en acción de gracias –los obispos han adelantado el final de la Asamblea Plenaria para poder estar en Roma, algunos, como el de Sevilla, con peregrinación diocesana incluida- se trata, sobre todo, de entender cómo su renuncia es también servicio a la Iglesia.

Servus servorum Dei. Ese es el apelativo que recibe el obispo de Roma. Y sirve allí donde mejor servicio da, en la sede de San Pedro o en la oración en el Mater Ecclesiae. El que Benedicto XVI haya renunciado ha servido también a los fieles para entender el enorme peso que tiene que soportar ese siervo de los siervos de Dios.

Como ya ocurrió con el valor con el que Juan Pablo II afrontó el final de su Pontificado, la debilidad física que ha llevado a Benedicto XVI a ceder el difícil timón de la Iglesia es un aldabonazo en las conciencias de los creyentes que ahora saben que ser Papa es, como Cristo dejó dicho a sus apóstoles, ser precisamente el último de los siervos.

Y para que el que venga pueda soportar ese peso que le encomienda el Señor, los cristianos no pueden ni deben escatimar en sus oraciones por el sucesor de San Pedro.

Zenón de Elea

 

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