La humildad hereditaria de los papas
Antes de que comenzase el verano, el papa Francisco había invitado a Ratzinger a ir durante este verano a la residencia papal de verano de Castel Gandolfo. Viendo que Francisco se quedaba en Roma por motivos de trabajo, el papa emérito había declinado la invitación, manteniendo el perfil discreto que ha elegido. Sin embargo, el pasado domingo Benedicto XVI decidió hacer una visita a este lugar. Su estancia allí fue de apenas tres horas. Luego, regresó al monasterio Mater Ecclesiae en Roma, donde reside en la actualidad. Alli, Ratzinger recibe esporádicamente a algunas visitas. En estos encuentros el ex pontífice no comenta, no desvela, no da declaraciones que podrían ser entendidas como las palabras del otro papa. Como máximo comenta las maravillas que el Espíritu Santo está haciendo con su sucesor, o habla de como esta decisión de dimitirse haya sido una inspiración divina. Uno de los huéspedes de estos raros encuentros ha declarado estos días que Benedicto XVI comentó sobre su renuncia el pasado 11 de febrero: "Me lo dijo Dios". Y precisó que no se trató de una aparición o fenómeno de este tipo, sino "una experiencia mística" en la que el Señor le hizo nacer e su corazón "un deseo absoluto" de quedarse sólo en oración con Él. El mismo Ratzinger -reveló la fuente que prefirió quedarse anónima- ha declarado que esta "experiencia mística" se ha prolongado durante estos meses y que cuanto más observa el carisma de Francisco, más entiende que su decisión fue la voluntad de Dios.
Francisco con sus lecciones diarias sobre servicio a Dios y a la Iglesia y Benedicto XVI en su nuevo papel de papa emérito que no busca robar ningún protagonismo al actual obispo de Roma, nos enseñan que la clave de la santidad no está en ser el primero ante la gente sino en ser el primero ante los ojos de Dios y eso implica ser el último.
Zenón de Elea
