La feligresa que pide dinero prestado al pobre de la puerta de la iglesia

Refugiados
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Sucedió el pasado domingo. Me lo contó divertido un hijo de Doña Pilar. Esta señora cayó en la cuenta, cuando iba a asistir a Misa, que no había cogido dinero para dar en la cesta, cepillo o bolsa que se pasa durante la Misa, y tiene la costumbre de dar siempre algo. Aunque vive cerca de su parroquia, la solución que se le ocurrió fue pedirle dinero prestado al indigente que habitualmente pide dinero a la puerta de la iglesia, para poder dar la limosna en la Misa. El indigente, buen conocedor de la generosidad frecuente de Doña Pilar, le contestó: “Por supuesto, Doña Pilar”. Le prestó un dinero y así pudo hacer lo que siempre hace: dar una limosna en la Misa.

Esta anécdota me ha recordado una idea que, cada vez con más frecuencia, me viene a la cabeza, con motivo de las informaciones sobre la Iglesia, los católicos y, casi en general, sobre la información religiosa, también la que seleccionamos o destacamos los periodistas.  Un notable pesimismo y casi diario afán por destacar lo negativo, lo escandaloso, el tremendismo en informaciones u opiniones, parece ir en aumento, en perjuicio de algo tan importante como el buen humor.

También en homilías o pláticas parece predominar la severidad, la preocupación y los rostros serios. Algunos, tras escuchar algunas homilías, comentan que más que salir animados, salen cariacontecidos y teniendo que hacer esfuerzos para afrontar su vida cristiana con alegría y buen humor. Algo falla, en mi opinión, respetando siempre el rigor y la solemnidad de la Misa o de otros actos religiosos, pero nunca caer en un tono de reprensión, curiosamente ante los que asisten a Misa.

Basta recordar algunos pasajes del Evangelio para entresacar algunos en que se vislumbra o se manifiesta un tono de buen humor en las palabras de Jesucristo.

Los chistes o bromas que hacen referencia a los eclesiásticos o a la Iglesia son, en no pocas ocasiones, irrespetuosos, pero tal vez es porque unos y otros seguimos considerando la vida de la Iglesia cómo algo ceñido solamente al Papa, sacerdotes o religiosos, cuando la mayoría de las realidades atañen a los laicos, como en el caso de Doña Pilar.

Hasta podría hablarse de cierto “clericalismo” (o anticlericalismo) asociar los chistes o las anécdotas al clero. En ese sentido, me parece encomiable el sentido de humor andaluz, que lleva a hacer bromas o comentarios jocosos en torno a devociones o procesiones, siempre con respeto.

El buen humor aligera las cosas, las hace amables, lleva a vivir con sentido práctico también el lado divertido o gracioso de la vida cotidiana. Se contagia.

El Papa Francisco destaca, entre otras cualidades, por su buen humor, en sus escritos, homilías o comentarios espontáneos. En 2016 llegó a afirmar que “la actitud humana más cercana a la gracia divina es el humor” y que “el sentido del humor es una gracia que yo pido todos los días, y rezo esa hermosa oración de Santo Tomás Moro ‘Dame, Señor, el sentido del humor’”.

En reiteradas ocasiones, el Santo Padre ha declarado que no quiere sacerdotes quejosos, “con cara de vinagre”, “aburridos”. Si lo dice, pienso que es por algo, y tal vez mi impresión es que algunos deben cultivar más el buen humor. Algo se podrá hacer en su propia formación en los seminarios, pero sobre todo han de fijarse en realidades como la de Doña Pilar, y a veces relatarlas, para hacer ver con gracia que se puede ser generoso si uno quiere… hasta cuando se ha dejado el dinero en casa, en vez de echar en cara la poca generosidad económica de los fieles, o no saber añadir una “chispa” de buen humor cuando se intenta animar a una colecta específica en una Misa. La sonrisa suele provocar adhesiones; la dureza, distancia.

 

Zenón de Elea. 

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