La Santa Sede reconoce las aportaciones científicas de 4 premios Nóbel por su servicio a la paz

La Pontificia Academia de las Ciencias acogió los premios de la Federación Mundial de Científicos a cuatro eminentes figuras que se han distinguido por su servicio a la paz: Werner Arber, premio Nobel de Medicina en 1978; Yuan Tseh Lee, Nobel de Química en 1986; Gerard 't Hooft, Nobel de Física en 1999; y Samuel Ting, Nobel de Física en 1976.

La ceremonia se desarrolla cada año, siguiendo el "espíritu del Manifiesto de Erice", firmado en 1982 en el centro de Cultura Científica Ettore Majorana por decenas de miles de científicos de todos el mundo, entre los cuales 130 premios Nobel, con el fin de reafirmar el desafío de trabajar por una ciencia sin fronteras, ni barreras políticas o raciales.

La apertura de la ceremonia estuvo a cargo de monseñor Marcelo Sánchez Sorondo, canciller de las academias pontificias de Ciencias y de Ciencias Sociales y fue presidida por Antonio Zichichi, presidente de la Federación Mundial de Científicos.

Los premios fueron otorgados a cuatro premios Nobel: Werner Arber, premio Nobel de Medicina en 1978 por el descubrimiento de las encimas de restricción del DNA, que marcó el inicio de la ingeniería genética, y actualmente presidente de Pontifica Academia para la Ciencia.

Yuan Tseh Lee, premio Nobel de Química en 1986 por su contribución a la comprensión de los procesos químicos elementales; Gerard 't Hooft, premio Nobel de Física en 1999 por sus estudios sobre la estructura cuántica de la interacción electropasiva, profesor de física teórica en la Universidad de Utrecht; y a Samuel Ting, premio Nobel de Física en 1976 por sus investigaciones sobre las partículas elementales, profesor en la Universidad de Boston y responsable de experimentos en la Estación Espacial Internacional.

Tras la entrega de los premios tuvo lugar un Simposio sobre la importancia de la ciencia en la cultura del Tercer Milenio, en el que se puso de relieve, que después de 20 años de la caída del Muro de Berlín, el mundo parece no haber aprendido la lección de la historia y la carrera armamentista continúa como si el muro no hubiese caído.

Se recordó que actualmente el peligro de una proliferación nuclear es más real que nunca: Irán y Corea del Norte son dos amenazas concretas a la seguridad de un mundo cada vez más multipolar y globalizado. No obstante se reconozcan los esfuerzos que el gobierno de Estados Unidos y la Federación Rusa están realizando conjuntamente para la destrucción del arsenal nuclear.

El presidente de la Federación Mundial de Científicos, sostuvo que “el enemigo número uno de la paz en el mundo es el secreto técnico-científico: mientras existan laboratorios secretos, la carrera armamentista será inevitable”. El profesor Zichichi recordó que los entonces presidentes Reagan de Estados Unidos y Gorvachov de la Unión Soviética, en su primer encuentro en Ginebra, habían propuesto la apertura de todos los laboratorios, aceptando la invitación de los científicos de que reunidos en Erice habían firmado el manifiesto por la paz. Pero lamentablemente, después de tres decenios el secreto científico sigue amenazante tal como lo era en los tiempos de la Guerra Fría.

Hoy por hoy, explicó el presidente de la federación, los enemigos más aguerridos de la ciencia, de la paz y de la humanidad son las ideologías nefastas que incitan el odio la prepotencia y que producen las 63 emergencias planetarias, entre ellas la cultural, que alimenta el terrorismo. Por este motivo, concluyó el profesor Zicchichi, el espíritu de solidaridad, desarrollo y libertad inscrito en el manifiesto de Erice es hoy más actual que nunca.

 

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