Religión Confidencial ha tenido acceso al texto

La carta de Livio Melina, ex presidente del Instituto Pontificio Juan Pablo II, en memoria de Caffarra

“Quien ha sido padre en la verdad permanece padre para siempre”, afirma el sacerdote, amigo del prelado fallecido

Carlo Caffarra y Livio Melina.
Carlo Caffarra y Livio Melina.

El sacerdote Livio Melina, presidente del Instituto Pontificio Juan Pablo II desde 2006 hasta 2016, escribe una carta en memoria del cardenal Carlo Caffarra, fallecido el pasado 6 de septiembre, a la que ha tenido acceso Religión Confidencial. El cardenal fue el primer presidente del Instituto para el matrimonio y la familia que fundó el papa polaco.

“En memoria de S. Em.a el Card. Carlo Caffarra

Poco a poco las emociones se serenan en la oración, el primer momento de desconcierto por la irreparable pérdida de un Maestro y de un Padre se transforma en la conciencia agradecida de un don recibido, tan precioso y único, que, estando enraizado en Dios, ni siquiera la muerte puede quitarlo. Quien ha sido Padre en la verdad, permanece padre para siempre.

Y, en verdad, como todo auténtico maestro, el card. Carlo Caffarra no buscaba unir a las personas a sí mismo o a sus ideas, sino que ayudaba a mirar juntos una Verdad más grande que amar, buscar y honrar sin cálculos ni reservas. Una Verdad que para él era una Persona. Quien ha tenido el don de ser su discípulo no puede olvidar la experiencia fascinante de claridad a la que introducían sus lecciones mientras ofrecían una visión nueva de la teología moral.

Superando los esquemas de la posición casuística, que contrapone la norma a la conciencia y quedaba enredada en el debate estéril entre el rigorismo y el laxismo, el cardenal nos ha indicado que el origen de la dinámica moral consiste en el encuentro con Cristo y nos ha mostrado cómo la verdad sobre el bien abre un camino de plenitud de vida, en armonía con el designio que Dios Creador ha escrito en el corazón de todo hombre.

La claridad cristalina de su enseñanza no era de ningún modo una rigidez ignorante de la complejidad de la vida concreta, sino más bien luz que mueva a un camino de conversión y de crecimiento hacia la realización de la propia humanidad, en la confianza en que la Gracia de Dios hace siempre posible lo que manda. Al enraizar en el don de la Alianza de Cristo y la Iglesia su comprensión del sacramento del matrimonio, ha delineado los trazos de una morada de edificación humana y eclesial y de un verdadero y auténtico camino a la santidad.

Como reconoce la sabiduría oriental, los verdaderos maestros son los “padres en el corazón”, y, por tanto, también los padres de nuestro espíritu. Continúan viviendo y obrando en nosotros, y piden la escucha y la hospitalidad de nuestra libertad para que fructifique en nuestras obras.

Sacerdote apasionado de Cristo y de la Iglesia, el card. Carlo Caffarra ha ejercido una paternidad nutrida de una sencilla y concreta solicitud por las personas, con una notable capacidad de crear en torno suyo una comunión de vida y un espíritu de fraternidad, comunicando entusiasmo para el trabajo en común. La estima y la amistad tan grandes con las que de modo privilegiado le distinguió San Juan Pablo II, se concretó de modo único en la obra de constitución del Pontificio Instituto para los Estudios sobre el Matrimonio y la Famiglia, para el cual entregó sus energías, su amor, su creatividad. Después la desarrolló en nuevas dimensiones y trayectorias como Arzobispo de Ferrara y de Bolonia, sin olvidar nunca la centralidad del matrimonio y la familia en la nueva evangelización.

El amor sin reservas a Cristo, a la Iglesia y al Papa siempre ha tenido en él la forma de un testimonio límpido y franco por la Verdad, carente de compromisos ni fingimientos en razón de un beneficio personal o por comodidad. Por esto, hasta el final ha sabido gastarse y exponerse afrontando incomprensiones, hostilidades e incluso humillaciones y burlas, convencido de que la forma más verdadera de amor y el mejor servicio que podía dar a la Iglesia y al Papa era la fidelidad a la propia conciencia y a la voz de Dios que resuena en ella.

Ha muerto en el centenario de los mensajes de Fátima y la misteriosa carta de Sor Lucia en referencia a su misión fundante del Instituto le permitía comprender el momento presente como parte del combate definitivo de Cristo con el Enemigo, que se desenvolvería precisamente en el terreno del matrimonio y la familia cristiana, según las palabras de la vidente. El cardenal ha ofrecido su vida por esto, con un testimonio generoso y límpido. ¡Que el Señor haga fructífero para nosotros este sacrificio, en un momento tan dramático para la vida de la Iglesia y del mundo!

 

Por eso le son particularmente apropiadas las palabras del Apóstol: «He combatido el noble combate, he acabado la carrera, he conservado la fe. Por lo demás, me está reservada la corona de la justicia, que el Señor, juez justo, me dará en aquel día, y no solo a mí, sino también a todos los que hayan guardado con amor su manifestación» (II Tim 4, 7-8).”

Don Livio Melina


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