¿Quiénes son los siete nuevos santos que Benedicto XVI nombrará en octubre?
Giacomo Berthieu, sacerdote profeso de la Compañía de Jesús, mártir (Monlogis, Francia, 26 de noviembre de 1838 – Ambiatibé, Madagascar, 8 de junio de 1896).
Después de haber estudiado en los seminarios de Pleaux y de Saint-Flour, fue ordenado sacerdote en 1864 y ejercitó durante nueve años el ministerio parroquial en Roanne como vicepárroco. En 1875, le fue asignado, en calidad de misionero jesuita en Madagascar, el campo de trabajo en la isla de Santa María, habitada por los betsimisaraka, donde operó durante seis años. En 1881, los decretos emanados el año anterior por el Gobierno francés y el estallido de la primera guerra franco-hova (1883) lo obligaron a cambiar de sitio en el transcurso de los años, pasando por diferentes lugares, hasta que en 1891 se trasladó a Andrainarivo, en el centro del vasto distrito septentrional de Imerina, con dieciocho estaciones de las que ocuparse, ubicadas en los lugares más remotos y menos accesibles. Ese fue el último acto de sus luchas y de sus victorias sobre los paganos y los seguidores del protestantismo. De hecho, en 1894 estalló la segunda guerra de los malgaches contra Francia: Berthieu fue capturado por los sublevados mientras acompañaba a sus cristianos, alejados de los pueblos. Varias veces lo invitaron a renegar de la fe, a lo que siempre se negó, y los paganos fetichistas, irritados, acabaron por asesinarlo cruelmente y por arrojar su cadáver al río Mananara.
Pedro Calungsod, catequista, mártir (Ginatilan, Filipinas, 1654 – Guam, Islas Marianas, 1672).
Desde pequeño, frecuentó las misiones de los jesuitas, y luego fue catequista. Fue uno de los jóvenes que, partiendo de las islas Filipinas para acompañar a los misioneros jesuitas españoles, desembarcó en las Islas de los Ladrones, luego llamadas Marianas, en el océano Pacífico occidental, dependencia española.El 2 de abril de 1672, el superior de la misión, el jesuita beato Diego Luis de San Vitores, y Pedro Calungsod (17), llegaron al pueblo de Tomhon, en la isla de Guam. Allí les llegó la noticia del nacimiento de una niña, hija de Matapang, que una vez había sido cristiano y amigo de los misioneros, pero que luego, convencido por el curandero chino Choco, había pasado a ser contrario y hostil al cristianismo.
Matapang se negaba a bautizar a su hija; los misioneros, seguros de poder convencerlo, reunieron a los niños y a los adultos del pueblo para orar y cantar juntos, y para hablar de las verdades cristianas, invitándolo a unirse a ellos, pero el hombre no cedió, imprecando contra Dios. Cada vez más prisionero del odio, Matapang se dirigió al pueblo en busca de apoyo en su intento de asesinar a ambos; mientras tanto, el padre Diego, con el consenso de la madre, bautizó a la niña. Cuando Matapang descubrió la noticia, comenzó a lanzar flechas contra Pedro. El joven catequista, muy ágil, podría haberlas esquivado, pero no lo hizo para no dejar solo al padre Diego: al final, una flecha le dio en el pecho, y puso fin a su vida. El padre Diego fue asesinado poco después. Ambos cadáveres fueron arrojados al océano.
Giovanni Battista Piamarta, sacerdote, fundador de las Congregaciones Sagrada Familia de Nazaret y Humildes Servidoras del Señor (Brescia, Italia, 26 de noviembre de 1841 – Remedello, Brescia, Italia, 25 de abril de 1913)
Después de una adolescencia vivida en condiciones económicas precarias, la Nochebuena de 1865 fue ordenado sacerdote. Inauguró el Instituto Artigianelli, obra dedicada a la juventud:el objetivo era el de dar respuesta a las necesidades materiales y espirituales de los jóvenes que iban a Brescia para trabajar. Piamarta recogió luego la herencia del Instituto de los Hijos de María Inmaculada, fundado por el beato Lodovico Pavoni. Para continuar el apostolado, en las cercanías de una colonia agrícola, siempre con el fin de proporcionar a los jóvenes una formación religiosa junto al aprendizaje de un oficio, dio vida a una pía sociedad de sacerdotes, clérigos y hermanos, y a una congregación femenina, las Humildes Siervas de la Sagrada Familia de Nazaret. Su carisma se difundiría también en el extranjero, con decenas de casas y cientos de miembros.
Maria del Monte Carmelo, fundadora de la Congregación de las Hermanas Concepcionistas Misioneras de la Enseñanza (Vich, Barcelona, España, 1848 – Madrid, España, 1911).
Desde niña, Carmen Salles Barangueras (estos eran su nombre y apellido de bautismo) tuvo la «vocación» de la instrucción. Después de haber vivido en un instituto religioso de carisma educativo, las Terciarias Dominicas de la Anunciada, fundó en 1892 en Burgos (España) las Concepcionistas de Santo Domingo, que luego se convertirían en las Concepcionistas Misioneras de la Enseñanza, dedicadas en particular a la formación de las mujeres. La congregación logró superar las fronteras españolas y llegó al Lejano Oriente, a cinco estados estadounidenses, a África y a Italia.
Maria Anna Cope, religiosa profesa de la Congregación de las Hermanas de la Tercera Orden de San Francisco de Siracusa (Heppenheim, Hesse, Alemania, 23 de enero de 1838 – Molokai, Hawai, EE. UU., 9 de agosto de 1918).
Hija de campesinos pobres, emigró desde Alemania a los 2 años. A los 24 pasó a ser monja de la Tercera Orden franciscana de Siracusa (Nueva York), congregación de la que sería más tarde madre superiora. Murió entre los enfermos de lepra en Molokai, después de haber operado con extraordinaria generosidad en la leprosería local durante treinta años, cuidando e instruyendo a los enfermos.
Caterina Tekakwitha (Osserneon–Auriesville, Nueva York, EE. UU., 1656 – Caughnawaga, Canadá, 17 de abril de 1680).
Kateri (Caterina) Takakwitha es la primera «piel roja» de Estados Unidos beata (1980) y próximamente santa. Su vida fue breve pero particularmente intensa. Y original. Nació entre los indios de Estados Unidos, hija de una pareja «mixta»: padre iroqués pagano y madre algonquina cristiana. En su juventud, la viruela le desfiguró el rostro. Fue bautizada en Albany por misioneros franceses el día de Pascua, y luego debió escapar a Canadá para huir de la ira y la venganza de los parientes paganos. Allí vivió en la oración. Devastada por la enfermedad y el sufrimiento, «aunque perseguida por muchas amenazas y vejaciones», según está escrito en el Martirologio Romano, el libro litúrgico que determina oficialmente los santos y los beatos, «ofrece a Dios esa pureza que se había comprometido a conservar cuando aún no era cristiana».
Anna Schäffer (Mindelstetten, Alemania, 18 de febrero de 1882 – 5 de octubre de 1925).
Desde muy joven quiso ir como misionera a tierras lejanas. Extremadamente pobre, para poder reunir la «dote» necesaria para ingresar al convento prestó servicio a una familia de buena posición. Pero la muerte inesperada del padre le revolucionó la vida y cambió sus planes: debió hacerse cargo de sus cinco hermanos y hermanas. Y los dramas no acabaron allí. Sufrió un accidente en la lavandería en la que trabajaba, al quemarse con agua hirviendo, accidente que la dejó postrada en una cama. Para siempre. Tenía 21 años. Pero precisamente el cúlmine de su «Calvario» se convirtió en el inicio de una nueva vida, y no triste como podría parecer. Su cama se fue convirtiendo poco a poco en un punto de referencia para muchas personas que se acercaban para pedirle consejos. Y Anna supo iluminar espiritualmente a cada una de ellas, día tras día. Allí estaba su misión: no en países remotos, sino en su habitación bávara, en el territorio de Ratisbona, en la pobreza, pero sobre todo en la alegría y la serenidad, a pesar de todo. ¿Dónde encontraba la fuerza? En Dios y en la oración.