La misa del Año Judicial

Don Carlos Dívar, Presidente del Tribunal Supremo y del Consejo General del Poder Judicial, calló y no habló; silencio en el templo del culto a Dios Suma Justicia; oración en el interior por eso de que la tentación es que la aplicación de la justicia desplace la religión a la vida íntima.

El ejercicio de la justicia cómplice del reduccionismo moral. En el templo del culto al Dios verdadero, silencio en la hora de la historia, minutos antes de que comenzara el Año Judicial.

Ocurrió el pasado día 15, fuera de foco y cámara, sin desenfoques, al margen de protagonismos mediáticos, quizá porque este año no presidía la celebración el cardenal Rouco. Misa de Acción de Espíritu Santo con ocasión de la solemne apertura del Año Judicial, en la madrileña Iglesia de Santa Bárbara. Numerosos magistrados del Tribunal Supremo y del Tribunal Constitucional, así como miembros de la carrera Fiscal y personal al servicio de la Administración de Justicia acompañaban la oración y acompasaban la conciencia del deber moral.

Presidió la Santa Misa el sacerdote y exmagistrado Silverio Nieto, a la sazón responsable del Servicio Jurídico Civil de la Conferencia Episcopal Española, tributo a la dura ley, pero ley. Silencio, oración y virtudes públicas. Llegó el momento de la homilía, directa, no muy larga, ejercicio de palabra. Y sentenció don Silverio: "La vocación del juez tiene un gran componente de apostolado, no es una tarea cualquiera. Es un apóstol en nombre de esa verdad suprema, esa verdad concreta que nos exige estudio, preparación, pero también nos exige pureza en el corazón, honradez en la conducta. Por eso, la independencia del juez es fruto de las virtudes que lo adornan. La fortaleza, no tener temor a la opinión pública o al qué dirán, mucho menos al poder político, independencia del juez; el amor a la verdad".

La verdad de Dios, la verdad, dos polos de la trama. "La experiencia demuestra -señaló el oficiante- que cuando la verdad del hombre es ultrajada, cuando la familia se mina en sus fundamentos, la paz misma está amenazada, el derecho corre peligro de verse comprometido y, como consecuencia lógica, se va hacia la injusticia y la violencia".

Y una coda final, aliento para el caminante: "Querido Sr. Presidente, queridos amigos y compañeros: la verdad es una gran amiga, la justicia es una gran aliada. No digo que sea siempre aplaudida pero da una paz de espíritu, una serenidad de ánimo, un grato orgullo, frente a la responsabilidad familiar y social. No nos cansemos, hermanos. Hay que dejar de lado el egoísmo, ciertas pretensiones personales, a veces legítimas. El juez no puede darse ese lujo. Estamos hablando, como hemos dicho, de una especie de apostolado, de una misión y por lo tanto hay una motivación que trasciende y quien no tiene esa vocación firmemente arraigada hace mal en participar de esta cruzada que es la misión del juez". Don Carlos Dívar, rezaba.

José Francisco Serrano Oceja

 

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