La libertad religiosa, entre energúmenos y laicistas
Las recientes sentencias del Tribunal Europeo de Derechos humanos sobre temas relacionados con la presencia pública de signos religiosos, me han traído a la memoria que dentro de poco se cumplirá un nuevo centenario del edicto de Milán
Según escribió hace tiempo Antonio Fontán, en su condición de latinista, no de periodista ni político, se conserva noticia de un ejemplar transmitido el 13 de febrero de 313 por el emperador Liciano al gobernador de Bitinia.
Pero ya se ve que aquel mensaje de tolerancia no cerraría la cuestión. Basta pensar en la paradoja de que el Tribunal de Estrasburgo debata sobre si una azafata puede llevar o no un crucifijo, ¡en un país confesional!, donde la Reina es la cabeza de la iglesia anglicana, y el gobierno y las cámaras legislativas adoptan decisiones en materias religiosas y cuasi-litúrgicas.
Tras la asunción de la libertad de las conciencias en las declaraciones de derechos humanos del siglo XX, así como de la importante reflexión del Concilio Vaticano II, debería ser ya cuestión pacífica. Pero no es así, en buena medida, por la acción de los extremismos fundamentalistas, que suscitan reacciones no siempre ponderadas.
A propósito de las mencionadas sentencias, el arzobispo Dominique Mamberti, Secretario de la Santa Sede para las Relaciones con los Estados, fue entrevistado por Radio Vaticana. Se refirió a esos y a otros asuntos pendientes. Realmente, se podría abrir una sección casi diaria sobre cuestiones que afectan al libre ejercicio de las creencias religiosas: no en países musulmanes que aplican la sharía, sino en la órbita occidental.
Mamberti recuerda casos límites, como el reconocimiento civil de un sindicato de sacerdotes en Rumanía, o la negativa en España a nombrar como profesor de religión (católica) a una persona que sostiene públicamente posiciones contrarias a la doctrina de la Iglesia.
Obviamente, la Jerarquía católica debe estar sujeta a las normas civiles que aseguran el respeto del bien común y del orden público justo. Pero esto no excluye que la Iglesia preserve su autonomía doctrinal frente a la autoridad civil y las ideologías: "Hoy en día –afirma el arzobispo‑, un problema importante en los países occidentales es saber cómo la cultura dominante, fuertemente marcada por el individualismo materialista y el relativismo, pueda comprender y respetar la naturaleza inherente de la Iglesia, que es una comunidad basada en la fe y la razón".
No es fácil llegar a los extremos señalados en el informe del Centro tibetano por la democracia y los derechos, sobre la represión religiosa en 2012. No sé si se está produciendo ese "genocidio cultural" del que habla el Dalai Lama, pero lo cierto es que sólo desde una fuerte opresión se entiende el casi centenar de personas que se han inmolado entregándose al fuego en los últimos tres años. La violencia de la "educación patriótica" –el PC sería el verdadero Buda para los tibetanos‑ lleva a tantos monjes a abandonar los monasterios o, incluso, a huir al extranjero.
Pero la situación de algunos países es tan dramática que el Parlamento europeo –remiso a reconocer la identidad cristiana de sus raíces culturales‑ ha debido aprobar resoluciones contra la opresión religiosa en diversos países. En cierto modo, hace honor a la concesión del premio Nóbel de la paz a la Unión Europea. Dentro de ésta, sin duda, Italia y Austria son los Estados con mayor protagonismo en la defensa de la libertad.
Pero se echa de menos un mayor esfuerzo, cuando llegan a diario noticias de la opresión provocada por los lobbies de lo políticamente impuesto; de atentados contra cristianos en Nigeria o Kenia, de conflictos étnico-religiosos en la India y Pakistán, de las dificultades crecientes en Egipto y, en general, en el ámbito de la llamada "primavera árabe".