La fe de los cristianos superará la opresión en Pekín

Están a punto de comenzar los Juegos Olímpicos de Londres, y algunos recordamos con nostalgia la esperanza para los derechos humanos que se abrió hace ocho años, cuando el CEI concedió la organización de ese gran evento deportivo a la ciudad de Pekín.

El régimen chino sigue alternando la zanahoria y la estaca. De vez en cuando, ante la presión internacional, libera a disidentes más o menos conocidos e, incluso, permite que se exilien junto con sus familias. Pero no deja de reprimir las libertades y se ensaña de modo especial con los católicos. Es una pena, más allá de lo olímpico, que tampoco se consolide el acercamiento hacia el Vaticano que comenzó después de la elección de Benedicto XVI, quien no ha ahorrado gestos afectuosos hacia el pueblo chino.

Como escribí en estas páginas hace poco, la Iglesia católica crece en China a pesar de los pesares. Una muestra decisiva proviene del número de bautismos, muy superior a los 20.000, celebrados en aquel gran país durante la pasada Pascua de Resurrección. La mayor parte, hasta el 75%, correspondían a adultos, es decir, a personas conversas.

Por esos días se publicaba un comunicado esperanzador de la Comisión instituida en 2007 por el Papa para ayudar a resolver los problemas que sufre la Iglesia católica en aquel auténtico continente. El agradecimiento ante el desarrollo de la fe y la correspondencia de los creyentes, animaba a proponerse nuevos objetivos, junto con la Iglesia universal, en el Año de la Fe convocado por Benedicto XVI a partir de octubre de 2012.

El documento no soslayaba las dificultades que persisten, porque Pekín no quiere reconocer un elemento esencial de la libertad religiosa: la libertad en el nombramiento de la jerarquía. El régimen practica, además, un tipo de imposición abusiva que confunde a los creyentes, porque obliga a obispos legítimos a participar en ordenaciones efectuadas al margen de la autoridad de Roma, con ruptura de la unidad de la Iglesia. Esa opresión va unida a un constante hostigamiento contra los prelados fieles.

Todo indica que Pekín no se esperaba tanta pujanza religiosa, y por eso ha roto el deshielo. Basta pensar en la gran manifestación de fe durante el pasado mes de mayo en torno al santuario mariano de Sheshan, en Shangai. Las peregrinaciones se sucedieron, con una presencia masiva de fieles, especialmente en torno al 24 de mayo, en que se celebra de modo particular la memoria de Nuestra Señora, Auxilio de los Cristianos. Los creyentes han atendido generosamente la petición de Benedicto XVI, en su carta de 2007, de que esa fecha fuese una jornada de oración por la Iglesia en China.

Después de unos años de respeto hacia la Santa Sede, el gobierno chino vuelve a elegir obispos católicos por su cuenta, de espaldas a Roma. Así, el 6 de julio, fue ordenado para la diócesis de Harbin el sacerdote Joseph Yue Fusheng. Algunos prelados legítimos fueron obligados a asistir a la ceremonia y conferir el sacramento. El portavoz del Vaticano no tuvo más remedio que intervenir para recordar que –sin entrar en motivaciones personales, siempre respetadas‑ uno y otros incurrirían automáticamente en excomunión (lata sententia).

La reacción de Pekín fue mucho más violenta, dos días después, tras la ordenación episcopal de Thaddeus Ma Daquin, como obispo auxiliar de Shangai, con el consentimiento de la Santa Sede y la aceptación de Pekín.

Fue arrestado inmediatamente después de la ordenación, por su renuncia formal a pertenecer a la Asociación Patriótica de Católicos Chinos, el antiguo instrumento jurídico constituido por el régimen de Mao para controlar a los católicos y evitar la "injerencia" de una potencia exterior en los asuntos del Estado. Al día siguiente fue a verle a su casa un grupo de fieles, pero no lo encontraron. La información oficial es que se encuentra "en un período de descanso" en el seminario de Sheshan, donde estudió.

La realidad es que, tras años de ateísmo oficial, el pueblo chino se muestra cada vez más religioso. Rebrotan con fuerza las diversas tradiciones y formas, como las propias del taoísmo institucional y los cultos locales, junto con movimientos religiosos de origen y composición diversos: además del pujante cristianismo, el Islam y el budismo tibetano. Lo describen bien, aun con visión agnóstica, Vincent Goossaert & David A. Palmer, The Religious Question in Modern China, Chicago & London, The University of Chicago Press, 2011, 464 págs.

 

También en ese contexto, se comprende que el Vaticano siga confiando en el diálogo con las autoridades gubernamentales de China y, según afirma el comunicado del pasado 10 de julio, "espera que dichas autoridades no fomentan acciones contrarias a tal diálogo. Los católicos chinos también esperan pasos concretos en la misma dirección, en primer lugar el de evitar las celebraciones ilegítimas y las ordenaciones episcopales sin mandato pontificio, que generan división y hacen sufrir a las comunidades católicas en China y a la Iglesia universal".

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