Una de cada seis camas de hospital en el mundo es “católica”

Leí hace unos días en La Vie un comentario sobre dos eventos celebrados recientemente en Roma: el 27º Congreso Internacional del Consejo Pontificio para la Pastoral de la Salud y el Congreso de médicos católicos de Italia y Europa.

Iba precedido por un dato de entidad: una de cada seis camas de hospital en el mundo pertenece a alguno de los 120.000 establecimientos sanitarios católicos. No se trata sólo lógicamente de grandes clínicas en el mundo occidental sino, sobre todo, de tantas instituciones que prestan atención médica en países en vías de desarrollo. Sin contar a los miles de voluntarios que acompañan y alivian a los enfermos de los grandes hospitales.

Mucho se ha escrito sobre el gran servicio de los católicos en temas delicados como la atención a los pacientes de sida. Porque, en general, el deseo de imitar la compasión de Cristo por los enfermos ha contribuido a auténticas innovaciones, no necesariamente confesionales. Lo comprobé hace poco, en mi última visita al Centro de cuidados Laguna de Madrid ‑pionero en cuidados paliativos‑, donde falleció hace ya dos años mi hermano mayor. Fui a ver a un anciano latinista, a punto de fallecer ya: aumentaba mi pena considerar que el Señor le llamase a su presencia justamente cuando Benedicto XVI acaba de completar el paso que dio en su día Juan XXIII para fomentar el estudio y el uso de la lengua latina en las instituciones católicas.

En el Congreso convocado por el Consejo Pontificio para la Pastoral de la Salud, con el título "El hospital, lugar de evangelización: misión humana y espiritual", se han abordado grandes cuestiones que afectan al trabajo de los católicos en los hospitales.

Los problemas son muy distintos según el desarrollo de las diversas regiones. En muchas zonas del planeta el objetivo es contribuir a que la atención médica llegue a todos, a pesar de la pobreza. Pero hay también inquietud en los países industrializados, como consecuencia de la crisis del Estado del bienestar, y la influencia de quienes enfocan el problema como si la salud fuese una simple mercancía, sometida a las leyes del mercado. De ahí deriva también la necesidad de que los creyentes deban enfrentarse a otros temas éticos de máxima importancia: desde el respeto a la vida desde su comienzo hasta su extinción natural, hasta tantas cuestiones relacionadas con la protección del embrión en procesos de maternidad asistida. De hecho, el congreso de los médicos cristianos se centraba en "La bioética y la Europa cristiana".

Los medios de comunicación suelen prestar máxima atención a sucesos dolorosos, como la muerte de una mujer en un hospital católico de Irlanda. Falleció como consecuencia de una septicemia, algo que por desgracia sigue produciéndose a pesar del avance de la medicina, pero parece que todo se reduce a que los médicos no aceptaron que abortase: como si la interrupción de la vida hubiera tenido algún efecto terapéutico en caso de septicemia.

Otros hechos recientes se prestan más bien a lecturas positivas, como la comunicación de un equipo médico son su paciente, a través de las ondas cerebrales: un canadiense de 39 años, que lleva años en lo que con poco aprecio de la dignidad humana denominan "vida vegetativa". Pero un avance tecnológico ha permitido que el enfermo pudiera comunicar a los médicos que no sufría nada. Según ese equipo, "será preciso reescribir diversos capítulos de los manuales de Medicina". Y, desde luego, replantear la ligereza con que se habla de eutanasia en esos casos.

Una de las claves está en la profundización del sentido del dolor y de la enfermedad, según recordó Benedicto XVI el día 17 en su discurso a los participantes en ambos congresos. Como acostumbra en estos tiempos, sus palabras evocan pasajes del Concilio Vaticano II, en este caso, el mensaje final del 8 de diciembre de 1985 dirigido a los pobres, a los enfermos y a los que sufren. Los padres conciliares les decían: no estáis abandonados, ni vuestra vida es inútil, porque, unidos a la Cruz de Cristo, contribuís a su obra de salvación. Y con idéntico acento de esperanza, la Iglesia interpela también a los profesionales y voluntarios de la sanidad.

Sin duda, responden a una auténtica vocación humana y espiritual que, en palabras del Papa, requiere estudio, sensibilidad y experiencia. En concreto, han de profundizar en la "ciencia cristiana del sufrimiento", descrita de modo explícito en el Concilio como la única verdad capaz de responder al misterio del dolor y de llevar a los enfermos auténtico alivio.

Benedicto XVI, como en otros documentos magisteriales, invoca la parábola del buen samaritano en estos tiempos de crisis, para no olvidar la atención debida a la dignidad de la persona que sufre. Su lenguaje, lleno de compasión, solidaridad, abnegación, generosidad y don de sí, se puede considerar, según palabras de Juan Pablo II, uno de los elementos esenciales de la cultura moral y de la civilización universalmente humana (Enc. Salvifici doloris, 29). Se comprende que, aparte de otras consideraciones, los hospitales y centros de asistencia médica sean hoy para los creyentes lugar privilegiado de la evangelización.

 

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