Los Bravos de la comunicación

No están los trabajos y los días para polisémicos bravos e ingenuas alegrías en las relaciones entre la Iglesia y los medios de comunicación, o mejor dicho, entre los eclesiásticos y los mediadores de la comunicación.

Habría mucha tela que cortar con las campañas orquestadas a posteriori, -y eso que no creo en las conspiraciones judeomasónicas-, por el caso Valladolid y el off the record, y las declaraciones del arzobispo de Tarragona. Pero sí estamos para los Premios Bravos, es decir, para los premios que la Comisión Episcopal de Medios parte y reparte por entre el siempre complejo universo de la comunicación. En síntesis, vivimos en una permanente contradicción con esta historia, que se resume en una pregunta, entre otras: ¿quién necesita más a quien? Necesidad mutua.

La mesa de presidencia, en la calle Añastro y en el hemiciclo de las plenarias, era de lujo, algo así como una bilateral de la Conferencia Episcopal Española con la Tarraconense, si es que se pueden equiparar. Estos han sido los Bravo más catalanes de los últimos decenios. A saber, junto al cardenal Rouco, según se mire el flanco, el cardenal Sistach, el arzobispo de la Seo de Urgell, el de Lérida, el auxiliar de Barcelona. Completaban la tribuna, el arzobispo de Valladolid y el de San Sebastián, demasiada conjunción de historia, de pasado y de presente. Y nadie más. Y todo tenía un motivo, en las presencias y en las ausencias.

El cardenal de Barcelona agradecía los trabajos de Mn. Jordi Piquer; el de Urgell, el spot de casa Tarradellas, además de ser de número de la citada Comisión de Medios, en la que también está José Ignacio Munilla, obispo de San Sebastián, que entregó el Premio Bravo a la Música al Orfeón Donostiarra. Y monseñor Blázquez, dedicado a dar cobertura al interesante proyecto de los jesuitas de Valladolid, rezandovoy.org. El cardenal Rouco, además, recogió el premio a la JMJ, mejor que recoger, acoger en esta causa.

Sorprendieron más, en el acto, las ausencias que las presencias. Máxime en una casa, la de la Iglesia, que vive, en gran medida, de la comunicación y para la comunicación. ¿O acaso la comunicación interna y externa de la Iglesia no es una forma de coordinación, de ayuda y de aliento a las Iglesias particulares? Por lo demás, los de siempre y lo de siempre, excepto el estreno del nuevo director del Secretariado de la Comisión de Medios, el sacerdote navarro José Gabriel Vera, que seguro introducirá ideas nuevas, formas nuevas, presencias nuevas, en este nada fácil subsistema del sistema social y eclesial. De momento, el programa de la próxima reunión de delegados de medios, además de tratar como caso de estudio la pederastia, abordará el contexto nada bravo de la comunicación de crisis también para la Iglesia en España.

Se me olvidaba; enhorabuena a los premiados. Un bravo por los Bravos.

José Francisco Serrano Oceja

jfsoc@ono.com

 

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