Audiencia con los periodistas: "¡Cómo quisiera una Iglesia pobre y para los pobres!"

Después de ser elegido Papa, Francisco quiso recibir en audiencia a los miles de periodistas que habían cubierto la actualidad romana en el tiempo del cónclave. Les explicó por qué quiere la pobreza para la Iglesia.

Queridos amigos:

Al comienzo de mi ministerio en la Sede de Pedro, me alegra encontrarme con vosotros, que habéis trabajado aquí en Roma en este momento tan intenso, que comenzó con el anuncio sorprendente de mi venerado prede- cesor, Benedicto XVI, el pasado 11 de febrero. Os saludo cordialmente a todos vosotros.

El papel de los medios de comunicación ha ido creciendo cada vez más en los últimos tiempos, hasta el punto de que se hecho im- prescindible para relatar al mundo los aconte- cimientos de la historia contemporánea. Ex- preso, pues, un agradecimiento especial a vo- sotros por vuestro competente servicio duran- te los días pasados –habéis trabajado ¡eh!, habéis trabajado– en los que el mundo católi- co, y no sólo el católico, ha puesto sus ojos en la Ciudad Eterna, y particularmente en este territorio cuyo «centro de gravedad» es la tumba de San Pedro. En estas semanas, habéis tenido ocasión de hablar de la Santa Sede, de

la Iglesia, de sus ritos y tradiciones, de su fe y, sobre todo, del papel del Papa y de su ministe- rio.

Doy gracias de corazón especialmente a quienes han sabido observar y presentar estos acontecimientos de la historia de la Iglesia, teniendo en cuenta la justa perspectiva desde la que han de ser leídos, la de la fe. Los acon- tecimientos de la historia requieren casi siem- pre una lectura compleja, que a veces puede incluir también la dimensión de la fe. Los acontecimientos eclesiales no son ciertamente más complejos de los políticos o económicos. Pero tienen una característica de fondo pecu- liar: responden a una lógica que no es princi- palmente la de las categorías, por así decirlo, mundanas; y precisamente por eso, no son fáciles de interpretar y comunicar a un público amplio y diversificado. En efecto, aunque es ciertamente una institución también humana, histórica, con todo lo que ello comporta, la Iglesia no es de naturaleza política, sino esen- cialmente espiritual: es el Pueblo de Dios. El santo Pueblo de Dios que camina hacia el en- cuentro con Jesucristo. Únicamente desde esta perspectiva se puede dar plenamente razón de lo que hace la Iglesia Católica.

Cristo es el Pastor de la Iglesia, pero su presencia en la historia pasa a través de la libertad de los hombres: uno de ellos es elegi- do para servir como su Vicario, Sucesor del apóstol Pedro; pero Cristo es el centro, no el Sucesor de Pedro: Cristo. Cristo es el centro. Cristo es la referencia fundamental, el corazón de la Iglesia. Sin él, ni Pedro ni la Iglesia exis- tirían ni tendrían razón de ser. Como ha repe- tido tantas veces Benedicto XVI, Cristo está presente y guía a su Iglesia. En todo lo acaeci- do, el protagonista, en última instancia, es el Espíritu Santo. Él ha inspirado la decisión de Benedicto XVI por el bien de la Iglesia. Él ha orientado en la oración y la elección a los car- denales.

Es importante, queridos amigos, tener de- bidamente en cuenta este horizonte interpre- tativo, esta hermenéutica, para enfocar el co- razón de los acontecimientos de estos días.

De aquí nace ante todo un renovado y sin- cero agradecimiento por los esfuerzos de estos días especialmente fatigosos, pero también una invitación a tratar de conocer cada vez mejor la verdadera naturaleza de la Iglesia, y también su caminar por el mundo, con sus virtudes y sus pecados, y conocer las motiva- ciones espirituales que la guían, y que son las más auténticas para comprenderla. Tened la seguridad de que la Iglesia, por su parte, dedi- ca una gran atención a vuestro precioso come- tido; tenéis la capacidad de recoger y expresar

las expectativas y exigencias de nuestro tiem- po, de ofrecer los elementos para una lectura de la realidad. Vuestro trabajo requiere estu- dio, sensibilidad y experiencia, como en tantas otras profesiones, pero implica una atención especial respecto a la verdad, la bondad y la belleza; y esto nos hace particularmente cer- canos, porque la Iglesia existe precisamente para comunicar esto: la Verdad, la Bondad y la Belleza «en persona». Debería quedar muy claro que todos estamos llamados, no a mos- trarnos a nosotros mismos, sino a comunicar esta tríada existencial que conforman la ver- dad, la bondad y la belleza.

 

Algunos no sabían por qué el Obispo de Roma ha querido llamarse Francisco. Algunos pensaban en Francisco Javier, en Francisco de Sales, también en Francisco de Asís. Les con- taré la historia. Durante las elecciones, tenía al lado al arzobispo emérito de San Pablo, y tam- bién prefecto emérito de la Congregación para el clero, el cardenal Claudio Hummes: un gran amigo, un gran amigo. Cuando la cosa se pon- ía un poco peligrosa, él me confortaba. Y cuando los votos subieron a los dos tercios, hubo el acostumbrado aplauso, porque había sido elegido. Y él me abrazó, me besó, y me dijo: «No te olvides de los pobres». Y esta pa- labra ha entrado aquí: los pobres, los pobres. De inmediato, en relación con los pobres, he pensado en Francisco de Asís. Después he pensado en las guerras, mientras proseguía el escrutinio hasta terminar todos los votos. Y Francisco es el hombre de la paz. Y así, el nombre ha entrado en mi corazón: Francisco de Asís. Para mí es el hombre de la pobreza, el hombre de la paz, el hombre que ama y custo- dia la creación; en este momento, también nosotros mantenemos con la creación una relación no tan buena, ¿no? Es el hombre que nos da este espíritu de paz, el hombre pobre... ¡Ah, cómo quisiera una Iglesia pobre y para los pobres! Después, algunos hicieron diversos chistes: «Pero tú deberías llamarte Adriano, porque Adriano VI fue el reformador, y hace falta reformar...». Y otro me decía: «No, no, tu nombre debería ser Clemente». «Y ¿por qué?». «Clemente XV: así te vengas de Cle- mente XIV, que suprimió la Compañía de Jesús». Son bromas... Os quiero mucho. Os doy las gracias por todo lo que habéis hecho. Y pienso en vuestro trabajo: os deseo que tra- bajéis con serenidad y con fruto, y que conozc- áis cada vez mejor el Evangelio de Jesucristo y la realidad de la Iglesia. Os encomiendo a la intercesión de la Santísima Virgen María, Es- trella de la Evangelización, a la vez que os ex- preso los mejores deseos para vosotros y vues- tras familias, a cada una de vuestras familias, e imparto de corazón a todos mi Bendición.

(Palabras en español)

Les dije que les daba de corazón la bendi- ción. Como muchos de ustedes no pertenecen a la Iglesia católica, otros no son creyentes, de corazón doy esta bendición en silencio a cada uno de ustedes, respetando la conciencia de cada uno, pero sabiendo que cada uno de us- tedes es hijo de Dios. Que Dios los bendiga.

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