Alfonso Simón: un buen sacerdote y un sacerdote bueno
El sacerdote de la archidiócesis de Madrid, asesor de la Renovación carismática en los últimos años y ex Delegado Episcopal de Alfa y Omega, falleció ayer a los 77 años
- Delegado Episcopal de Alfa y Omega
- Capacidad de servicio...
- ..Y capacidad de trabajo
- Tándem indisoluble con Miguel Ángel Velasco
- Relación con el cardenal Rouco
- Alma sacerdotal
Hay necrológicas que uno no quisiera escribir. Ésta es una de ellas. Hay necrológicas que el periodista redacta no con la distancia debida sino con la cercanía del corazón; no con lágrimas de tinta sino con el silencio agradecido de fondo hacia quién fue no sólo un buen sacerdote sino un sacerdote bueno, que no es lo mismo.
Delegado Episcopal de Alfa y Omega
Alfonso Simón Muñoz (1947), presbítero de la archidiócesis de Madrid, asesor de la Renovación carismática en los últimos años y otrora Delegado Episcopal de Alfa y Omega durante 21 años, falleció ayer a los setenta y siete años después de unas semanas de lucha denostada por la vida.
Hombre naturalmente bueno. Si no fuera una herejía de tamaño supino diría que a veces daba la impresión de que había nacido sin pecado original. Pertenecía a una generación que algunos denominaban por el nombre de quienes habían sido sus maestros en el Seminario de Madrid, don Mariano Herranz Marco y don Francisco José Pérez y Fernández Golfín, que luego fue obispo de Getafe.
Una generación que ha dado algunos destacados arzobispos y obispos a la historia de la Iglesia en España. Una generación episcopal que se está despidiendo de la vida activa definitivamente, en algunos casos con más incomprensión que realismo.
Capacidad de servicio...
Ese grupo de amigos, desde la época del Seminario, valoraban de don Alfonso su capacidad de servicio. Cuentan las crónicas que los apuntes de clase de don Alfonso Simón eran los mejores del Seminario y que corrían por las mesas de estudio como si fueran la tabla de salvación de los perezosos o de los que llegan a última hora. Apuntes no sólo subrayados en varios colores sino ampliados con abundante bibliografía en varios idiomas. Que conste que yo he visto esas hojas.
Una vez que don Alfonso Simón se ordenó sacerdote, su vida pastoral estuvo ligada al estudio de la Sagrada Escritura, dentro de la Escuela de Madrid, la del sustrato semítico, y al trabajo parroquial. Hasta que nombraron obispo auxiliar a uno de sus más íntimos amigos, que, por cierto, ejemplarmente le ha acompañado en los últimos días de vida, monseñor Francisco Javier Martínez, emérito por muchas causas, también de Granada.
..Y capacidad de trabajo
Don Alfonso se convirtió en su secretario personal, más bien, en su hombre para todo, porque si algo caracterizó a don Alfonso fue su capacidad de trabajo. Un santo empeño, a veces demasiado intensivo, que le permitía conseguir lo que nadie imaginaba. Pocos recordarán los tomos de las Obras Completas madrileñas de don Ángel Suquía. Obra… de don Alfonso.
A esas alturas de la vida, se había producido la dramática ruptura dentro de “Nueva Tierra”, la iniciativa de la interparroquial, de un grupo de sacerdotes jóvenes inquietos e insatisfechos con determinadas orientaciones de la Iglesia. Una interparroquial en la que se gestaron los inicios de Comunión y Liberación en España. Ahí estaba don Alfonso y desde ahí apostó por integrarse en Comunión y Liberación, su segunda gran familia a la que ha entregado también lo mejor de su vida.
Tándem indisoluble con Miguel Ángel Velasco
Fue el despacho de Javier Martínez el lugar en el que comenzó la ventura de Alfa y Omega. Primero encartada en “La Información de Madrid”, historia que habrá que contar algún día, y después ya en el “ABC” de los Luca de Tena, justo cuando aterrizaba el cardenal Rouco Varela como arzobispo en Madrid. Entonces estaba por allí Alex del Rosal en medios del arzobispado y un jovencito becario que se llamaba Ricardo Benjumea, que si algún día hablara callarían las piedras.
Durante 21 años, don Alfonso formó un tándem indisoluble con Miguel Ángel Velasco, su mentor periodístico, la persona que hizo el milagro de un Alfa y Omega primigenio que se convirtió en la publicación de referencia en la Iglesia en España. Y también en la Roma de Juan Pablo II, de lo que doy fe y prefiero no contar mucho de momento. Fue el tiempo en el que el cardenal Rouco lo era todo en la Iglesia en España, lo digo porque ya se ve lo que pasa cuando pasa el tiempo en la Iglesia.
Relación con el cardenal Rouco
Don Alfonso Simón no fue sólo el hombre para todo en Alfa y Omega. Un delegado episcopal que lo mismo discutía los temas en la reuniones de redacción por eso de la democracia redaccional que era la norma de la casa, que hacía de jefe de personal, que corregía las erratas, que llevaba los ejemplares al arzobispado, que acompañaba a los redactores en los momentos felices y en los momentos duros de la vida. Con su genio y su pronto, que de humana naturaleza estamos hechos.
No fue sólo eso en el arzobispado de Madrid durante el pontificado del cardenal Rouco. Fue su primer y principal amanuense, también hasta hace bien poco. Don Alfonso contestaba las cartas en la Secretaría del señor cardenal, que los cardenales siempre son señores, apuntalaba informes y sugería orientaciones según la “mens cardenalicia”.
Alma sacerdotal
En ese ministerio, que lo es, siempre sirvió y nuca se sirvió, nunca se aprovechó de lo que hacía, ni de lo que sabía, que fue mucho. De hecho, cuando se mudaron las tornas y fue despojado de sus vestidos desgarrados, se marchó en silencio a atender a una Renovación carismática que estaba no ciertamente tranquila.
No voy a contar, ni aproximadamente, el número de sacerdotes que he podido conocer en mi vida. Aseguro que hombres de la generosidad, de la entrega, de la servicialidad, de la fidelidad, de la bonhomía de don Alfonso Simón, pocos. No tuvo tiempo para sí y eso le pasó factura.
Tuvo un alma sacerdotal que se le salía por los cuatro costados, con una devoción sencilla, ideas claras, no sé si muchas o pocas, da lo mismo, pero todas ellas íntimamente ligadas a una experiencia cristiana íntegra, esencial, profunda, que afectaba a todas las dimensiones de su vida.
Querido Alfonso, te habrás abrazado ya a Cristo redentor, habrás abrazado la belleza que dio sentido a tu vida. Descansa en paz. Por aquí seguimos navegando en los procelosos mares de la historia.