ENTREVISTA (I) / Cardenal Rouco: "Quieren rebajar el valor y el significado público de la Iglesia en la sociedad actual"

En la primera parte de la entrevista, el cardenal Rouco habla de cómo percibe España Benedicto XVI, detecta en algunos sectores un “propósito de reducir el valor y el significado público de la Iglesia en la sociedad actual”, y augura grandes frutos para la JMJ que Madrid albergará en 2011. Será –dice- “un momento excepcional para la evangelización de las nuevas generaciones del tercer milenio”. Unos jóvenes, afirma, que se han llevado la peor parte de lo que llama la “globalización de la desilusión interior, y el vacío espiritual y moral”.

R. C.

El cardenal de Madrid nos recibe en el palacio arzobispal, en la calle San Justo, su lugar de trabajo y residencia. A pesar de su frecuente aparición en los medios, o posiblemente a causa de ella, se siente incómodo durante la sesión de fotos. “No sé dónde poner las manos”, e intenta distraer el gesto hablando. Despeja con rapidez la pregunta sobre las críticas y ataques personales que suele recibir a diestro y siniestro. Pero no deja ni un cabo suelto al reflexionar sobre las cuestiones que sí le preocupan y ocupan. Sus 73 años, 50 años de sacerdote, 33 como obispo, le permiten ofrecer precisos análisis sobre los complejos problemas a los que se enfrenta la Iglesia, y la sociedad del siglo XXI. Y tira de la Historia, para luego aterrizar en cuestiones concretas, como la educación de los hijos. La familia, y la crisis demográfica que castiga a Europa son dos de sus principales preocupaciones.

Usted mantiene una antigua muy buena relación personal con Benedicto XVI. ¿Cómo observa el Papa la España de este siglo XXI?

El Papa valora mucho y aprecia el desarrollo de las grandes realidades de la Iglesia surgidas en España en el tiempo del Vaticano II: en el pre concilio, durante el Concilio y el post concilio. Conoce muy bien su gran aportación a la acción evangelizadora de la Iglesia en la última mitad del siglo XX, en los países de vieja tradición cristiana y en los países de misión; y en la actualidad. Podemos citar, por ejemplo, el Camino Neocatecumenal, la Prelatura del Opus Dei, el Movimiento de los Cursillos de Cristiandad y tantas otras iniciativas y realidades que han nacido en la España contemporánea, y que desde España se han convertido en focos poderosos de espiritualidad y evangelización en todo el mundo. Son muchas las muestras de confianza que Benedicto XVI les ha dado en el servicio que prestan a la Iglesia en esta hora tan difícil de la historia.

En el caso de la Iglesia, más que en otros ámbitos, ¿cree que hay un largo trecho entre lo que se cuenta de ella, y la realidad que representan los millones de católicos?

Se trata de un fenómeno, al que usted alude en forma de pregunta, que no se circunscribe a los últimos años del siglo XX y comienzos del siglo XXI. En realidad, se ha dado a lo largo de toda la historia de la Iglesia, especialmente desde la Ilustración.Es verdad que las informaciones que circulan hoy en “los medios” se centran en aspectos de la Iglesia del post concilio desconocidos hasta el presente. Tampoco hay por qué ocultar datos estadísticos que pueden avalar la opinión de que estamos en un momento de decadencia: el número de vocaciones ha descendido; han disminuido las Órdenes y Congregaciones religiosas; la práctica del cumplimiento dominical no es la de hace 25 años, etc. Pero tampoco se puede pasar por alto su contexto sociológico. Ha descendido el número de nacimientos, hasta el punto de encontrarnos ante una formidable quiebra demográfica. La crisis del sistema educativo resulta cada vez más preocupante.

En el fondo de esa imagen de la Iglesia, que se trasmite a la opinión pública, se esconde frecuentemente un apriorismo negativo, movido por el propósito de reducir el valor y el significado público de la Iglesia en la sociedad actual. Cosa que ocurre, sobre todo, en España, sin que responda a la verdad que reflejan los datos y la realidad compleja de la Iglesia y del catolicismo español de nuestros días.

La sensación que se transmite de la Iglesia a través de los medios de comunicación no es nada optimista.

No siempre, ni en todos “los medios”. Aunque, ciertamente, es forzoso reconocer que hoy se da esa forma no optimista de la información sobre la Iglesia. ¿Responde, sin embargo, a la verdad objetiva de los hechos? Es evidente que el número de españoles que participan de un modo u otro en la vida de la Iglesia es muy alto; el número de vocaciones sacerdotales no resulta despreciable; la presencia de la Iglesia en el mundo del dolor, de la enfermedad, de la pobreza, de la soledad, es vasta y profunda, a través de instituciones nacidas al calor de la vida consagrada y de las nuevas realidades de la vida de la Iglesia, y, por supuesto y no en último lugar, a través de las Cáritas parroquiales. Lo que supone y comporta la acción de Cáritas en una ciudad como Madrid es de un valor incalculable. La extensión y la calidad de su servicio son bien conocidas y apreciadas por los madrileños. Cáritas está comprometida de lleno con el mundo de la pobreza, por desgracia en crecimiento. ¿No ocurrirá con esa información, tan llena de tópicos –nada nuevos, por cierto–, que se mueve y configura siguiendo prejuicios que la deforman o la mutilan?

 

En cuanto a la vida de oración y a los aspectos más específicos de la experiencia religiosa, hay que retener un dato extraordinariamente significativo: se reza mucho en España. Una red de monasterios de vida contemplativa, en muchos casos, ciertamente, tejida con comunidades avejentadas, pero en la que se insertan cada vez más comunidades jovencísimas, proporcionan a la Iglesia en la España del siglo XXI, aporte y sabia interior de una inmensa riqueza espiritual y apostólica. Alimentan, además, la vida y la vocación de muchos jóvenes, con resultados cada vez más sorprendentes. Se podría asegurar que están conformando lo más profundo e íntimo de las jóvenes generaciones de españoles: ¡su alma! si me permite la expresión.

Si desapareciese la Iglesia del mapa cultural e histórico-artístico de la España actual y de los modelos de concepción y de experiencia de la vida moral, social y religiosa de los españoles, las consecuencias personales y sociales resultarían desastrosas.

¿Cómo ve la situación de las congregaciones religiosas?

Atraviesan un momento difícil. No es algo inédito en la historia de la Iglesia. El don de la vida consagrada es algo extraordinariamente valioso que la Iglesia recibe del Señor, de su Fundador, Cabeza y Pastor, Jesucristo, como un carisma singular de su Espíritu, el Espíritu Santo. Ese don no va a faltar nunca. Y va a haber siempre fieles que respondan y acojan ese don. Por tanto, la existencia y pervivencia de la Vida Consagrada, como tal, no está en juego. Lo que sí se cuestionan son determinadas formas a través de las cuales va expresándose y formulándose el carisma de la consagración. La tensión que surge a veces entre la búsqueda de fórmulas actuales y la necesidad de ser fieles a los orígenes fundacionales, caracteriza en gran medida el momento actual de la vida consagrada.

En cualquier caso, hay que afirmar que sin vida consagrada la Iglesia no podría vivir en plenitud el Evangelio. El Concilio Vaticano II enseña que la vida consagrada no pertenece a la constitución jerárquica de la Iglesia, pero sí a su vida y santidad. Supuesto el valor eminente de la vida consagrada para la Iglesia, se debe reconocer que el decrecimiento demográfico, el avejentamiento de la sociedad, la crisis de los jóvenes y, no en último lugar, los debates teológico-pastorales y espirituales del último tercio del siglo XX, les han afectado grandemente. Lo que no impide, por una parte, que haya habido momentos y personas en las Órdenes y Congregaciones religiosas, de más raigambre histórica, en las que la tensión, de la que hablábamos antes, haya sido superada positivamente; y que, por otra, hayan surgido nuevas y ricas formas de vida consagrada bajo el impulso de esa “Hora del Espíritu” que fue el Vaticano II para la Iglesia de hoy.

Si hubiese que destacar algo en este delicado proceso espiritual y pastoral alguno de sus aspectos más sugerentes y decisivos para la fecundidad apostólica y evangelizadora de la Iglesia, serían las nuevas comunidades de vida contemplativa. Casi siempre enraizadas en tradiciones antiguas, como las clarisas, o en la Cartuja y el Carmelo, pero sabiendo renovarse con una extraordinaria vitalidad interior y exterior. Es una realidad que apenas conoce la opinión pública en general y que, incluso, la opinión pública de la Iglesia desconoce bastante. En España ha adquirido un especial vigor.

Por otro lado, no se puede pasar por alto ese fenómeno de los nuevos movimientos eclesiales, tan conectados con la experiencia original de las comunidades cristianas primeras y con el Vaticano II, y que desbordan la categoría de vida consagrada para entrar de lleno en la forma de vivir laicalmente la vocación cristiana como vocación a la santidad en la Iglesia, en la familia y en el mundo, consciente de su responsabilidad misionera: ¡de ser imprescindible para la santificación del mundo!El actual momento de la vida consagrada refleja mucho y muy bien lo que le pasa a la Iglesia en general, con sus aspectos críticos –sus sombras–; pero, con no menor fuerza histórica, con sus facetas positivas –sus luces–. Hay motivos más que suficientes para la esperanza.

Después de Santiago, ahora Madrid. Usted es uno de los pocos obispos del mundo que acogerá una segunda Jornada Mundial de la Juventud.

Ciertamente. La JMJ del 2011 en Madrid se enmarca dentro de una larga historia de Jornadas Mundiales de la Juventud, que comienza el año 85 del último siglo y que tuvo su momento clave en la cuarta, la de Santiago de Compostela del 89, cuya organización me fue confiada como arzobispo entonces de la archidiócesis compostelana. “Santiago 1989” significó para las Jornadas, primero, su configuración espiritual y pastoral como forma y fórmula de búsqueda y de peregrinación hacia el corazón mismo de la experiencia cristiana: ¡hacia el encuentro con Jesucristo, Redentor del hombre!

Se trataba de vivir “la Jornada”, sirviéndose de la experiencia cristiana del Camino de Santiago, verdadero símbolo de la realidad de lo que es la vida del hombre en la historia: un camino hacia un destino eterno. Un “camino” representado en “el Camino de Santiago” para jóvenes de todo el mundo que acuden a Santiago peregrinando, es decir, buscando a Cristo a los pies del sepulcro apostólico de Santiago el Mayor. La JMJ 1989 de Santiago de Compostela suministró, además, el organigrama y el programa, que vertebran, todavía hoy, los actos y el desarrollo de las Jornadas Mundiales de la Juventud. Desde la cita gozosa e inolvidable con Juan Pablo II en el Monte del Gozo compostelano, la impronta “jacobea” ha marcado profundamente el espíritu y el estilo de las JMJ. ¡Un modelo válido hasta este momento, a las puertas de la JMJ 2011 en Madrid!

¿Pero qué quedará después de este entusiasta encuentro?

La historia de las Jornadas Mundiales de la Juventud enseña que no son simples acontecimientos, fulgurantes, pasajeros como fuegos de artificio pastorales y educativos que se apagan pronto, sino que se concatenan como momentos extraordinarios de la vida de la Iglesia en relación con sus jóvenes, en un marco de experiencia plena de sí misma: en cuanto católica y universal, con el Papa, su Pastor supremo, presidiéndolas. Las Jornadas Mundiales de la Juventud han contribuido, de forma excepcionalmente valiosa, a una acción evangelizadora de los jóvenes del mundo muy próxima, por una parte, a sus formas de vivir y de pensar, y, por otra, susceptibles de despertar formas y modos de compromiso cristiano, apostólicamente nuevos e intensos; sin olvidar lo que han significado para el renacer de nuevas generaciones de jóvenes sacerdotes, religiosos y consagrados, enamorados de su vocación, en los que la entrega a Cristo lo es todo. S

u aportación a una nueva forma cristiana de estar en el mundo y en la sociedad, penetrada por la caridad de Cristo, ¡por su amor! ¡Por el amor! ha sido de extraordinario valor. “Las JMJ” han llevado mucha esperanza a muchas vidas jóvenes; ¡han abierto el horizonte de la verdadera esperanza a la juventud del mundo!

¿Y qué podrá aportar, en concreto, la de Madrid en 2011?

La JMJ Madrid 2011 se inscribe con acentos propios en la tarea de la evangelización del mundo de los jóvenes. Su lema marcará, sin duda alguna, el desarrollo de la misma. El ‘Arraigados y edificados en Cristo, firmes en la fe’ nos recordará la historia católica de España, es decir: la historia de la intensa vida de la Iglesia y de la experiencia cristiana en el contexto general de la historia de España. Evocará aquellos grandes momentos en los que las figuras señeras de santos españoles han sido decisivas para la Iglesia de Jesucristo y su proyección misionera en el mundo. Por citar algunas de las más universales: San Ignacio de Loyola, Santa Teresa de Jesús, San Juan de la Cruz, San Francisco Javier… Y así, siglo tras siglo, hasta llegar al año 2003, a los cinco españoles canonizados en Madrid el 4 de mayo, por Juan Pablo II, en su última visita a España, que vivimos muchos como su despedida de la que él llamaba con emoción no contenida Tierra de María. La historia de la Iglesia en España es una prodigiosa historia de santidad nunca interrumpida, inexplicable sin ese hondo y tierno amor que le ha profesado el pueblo cristiano a la Santísima Virgen Inmaculada con una fidelidad admirable.

Hay dos aspectos de experiencia de vida eclesial que van a vivir los jóvenes en Madrid con especial intensidad: la de la figura del cristiano que se enamora de Cristo hasta lo más hondo de su persona, entregando su vida a “la misión” y llegando al martirio; y el testimonio de la honda y vasta catolicidad de la Iglesia: ¡la Iglesia es para todos los hombres, para la entera humanidad!

En estos momentos, en los que se han “globalizado”, tanto y también, la desilusión interior, el vacío espiritual y moral, sobre todo en el mundo juvenil europeo y americano, la JMJ va a significar un momento excepcional para la evangelización de las nuevas generaciones del tercer milenio, como le gustaba decir a Juan Pablo II: ¡para que alumbre en ellas una nueva esperanza!

¿Y cómo van a abordar el reto de toda JMJ de conseguir atraer a jóvenes de otros países?

El interés por las Jornadas ya casi no necesita grandes apoyos mediáticos ni logísticos, porque está latente en el corazón y en la conciencia de los jóvenes que viven la vida de la Iglesia con una cierta proximidad, e incluso de los que solamente la “rozan”. Hay una gran expectación en todo el mundo por la JMJ del 2011 en Madrid.

Su objetivo atrae por sí mismo: por la fuerza espiritual del mensaje que encierra para las vidas jóvenes. Se ofrece nada más y nada menos que vivir la experiencia de la Iglesia católica, como la experiencia de Cristo ofrecida y mostrada en toda su verdad; experiencia que transforma al que la vive y a todo lo que le rodea; que ilumina, sana, renueva y eleva a la persona y a la sociedad. Es la experiencia de la gran razón de existir, que no es otra que la Gloria de Dios.

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